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miércoles, 26 de mayo de 2010

Isla Busca Candidatos

Se ofrece estancia de tiempo indeterminado en isla tropical paradisíaca situada en el pacífico (localización espacio-temporal a determinar), a personas con problemas personales o de adaptabilidad social que deseen tener una experiencia única y encontrarse a sí mismos. Dispone de una urbanización con varios chalets independientes a reformar, una compleja red de escotillas para realizar diversas investigaciones científicas de incierta finalidad, y un montón de ruinas de diversas culturas y civilizaciones, incluyendo una rueda, todavía funcional, que permite mover la isla en el espacio-tiempo a voluntad.

La isla dispone también de nuevo “guardabosques” con ayudante, que pueden confundir un poco al principio pero que actúan por “el bien de la isla”, y además está libre de monstruos de humo, aunque no se garantiza que se pueda encontrar algún oso polar.

Interesados enviar datos personales y una redacción sobre “Por qué creo que merezco ser encontrado” a: Cabaña de Jacob, Dentro del Círculo de Ceniza, Selva de la Isla – Pacífico Sur

Absténganse destructores del mundo y curiosos que todo lo quieren saber.

Nota: El acceso en avión no es recomendable.


Concurso de relatos sobre anuncios clasificados de tablondeanuncios.com

martes, 23 de junio de 2009

1961

A veces la inspiración puede venir de la forma menos esperada, en forma, por ejemplo de una foto del Tuenti a la que te han enlazado. Una foto llena de detalles:


Esta foto parece no decir mucho. En un principio nos puede traer a la memoria un campo de concentración de la 2ª Guerra Mundial, o la posguerra serbo-bosnia. Un pueblo a medio construir, con calles sin asfaltar, campos de cultivo entre los edificios en obras, y apenas un alma por sus fantasmagóricas calles. El blanco y negro no ayuda tampoco a quitarle ese halo de misterio, digno de algún programa de Iker Jiménez...

Sin embargo, y como ya supondréis, esta foto está aquí por ser de un paisaje muy poco misterioso para muchos de mis amigos y allegados, por ser de un "pueblo" mucho más cercano y conocido que cualquiera que haya podido sufrir los "gases" de los nazis, o las bombas de la guerra de Bosnia. Y la foto no es de hace tanto tiempo. 1961, según las fuentes. Menos de 50 años.

Fijándonos en algunos detalles, los que vivimos en Santiago de Compostela, pronto podemos constatar que, efectivamente, se trata de un retrato del Ensanche de nuestra ciudad. Un ensanche a medio hacer, claro, pero con claros rasgos que han permanecido hasta nuestros días, como puede ser el Seminario Menor, arriba, solitario, vigilando unos campos de cultivo, en los que más tarde aparecerá un enorme parque, la Avenida de Lugo y el Multiusos de Sar.

En primer plano destacan las viviendas, de "protección oficial" por aquel entonces. Viviendas que, en el momento de su construcción, también estaban rodeadas de campos, a las afueras de Santiago, y que hoy están en pleno centro de la ciudad nueva, al lado de la Plaza Roja (entonces una huerta), flanqueada por calles tan importantes como la de San Pedro de Mezonzo, o de la República Argentina, que no eran más que meras pistas de tierra.

Precisamente subiendo República Argentina, a la derecha en la foto, reconocemos algunos edificios, como el del Colegio Manuel Peleteiro (edificio que desaparecerá en breve, al menos en su función de colegio), o el de esa misma esquina, todavía en pie a día de hoy. Y más al fondo, el edificio del Parlamento de Galicia, que entonces era un edificio militar. Ni siquiera el edificio en el que está el "antiguo" piso desde el que ahora escribo había sido levantado.

Hacia el centro de la imagen distinguimos el cruce entre General Pardiñas y República del Salvador, y bajando esta calle, llegamos a Alfredo Brañas, una de las calles más concurridas hoy en día, que hace cincuenta años no estaba ni dibujada.

Más hacia arriba de la imagen, distinguimos el Hotel Compostela, en la actual Plaza de Galicia, y un poco a la izquierda, vemos el comienzo del parque de la Alameda, con la entrada a la zona vieja, y los que parecen ser los únicos coches de toda la ciudad.

Lo único que no vemos en esta imagen, y que lógicamente se echa en falta hablando de Santiago, es la impertérrita Catedral, que estaría más a la izquierda en la imagen. Pero claro, si saliese, el juego ya no tendría gracia...

Foto nostálgica, cedida por mi amigo Ricardo, que da que pensar. Increíble el crecimiento de la ciudad cuando uno echa la vista tan atrás... O no tanto. Ahora mismo si tomasemos exactamente la misma fotografía, la ciudad no sólo sería prácticamente irreconocible, sino que la mayor parte de las cosas estarían tapadas por edificios que han aparecido con el tiempo, a lo largo y ancho del campo de la imagen, desde las huertas del primer plano, hasta las del Seminario.

Al ver esta imagen (que por cierto, si alguien encuentra otras del estilo, no dudéis en enviármelas), uno piensa también si el impacto que nos supone a nosotros ver los cambios que ha habido en Santiago en los pasados 50 años, será de alguna forma parecido a la sensación que tendrán nuestros nietos, en el año 2060, cuando vean fotos de Santiago en la actualidad. Pues bueno, pensando que, en tan sólo tres o cuatro años, Santiago tendrá Alta Velocidad, la Ciudad de la Cultura, y un teleférico... Pues no quiero ni pensar cómo será (o qué quedará de) nuestra ciudad dentro de medio siglo...

viernes, 2 de enero de 2009

La Verdadera Historia del Toallas

Le llamaban el Toallas...
Tenía un aspecto burdo y tosco, con un claro resto de neandertalismo, como si fuese la prueba viva de que Darwin tenía razón en lo de que el ser humano proviene del mono. El eslabón perdido. Claro que esa enorme cabeza, esas mandíbulas prominentes y esos ojos tan juntos que parece que quieran tocarse, podían ser también una herencia de su madre, una pobre niña con Síndrome de Down que fue violada por su propio hermano cuando apenas se había hecho mujer... De aquella relación fraternal surgió este ser, una burla a la especie humana y un insulto a la evolución...

El Toallas era un ser despreciable. Desde su nacimiento hasta su muerte fue odiado por la mayoría e ignorado por el resto. No sólo nunca tuvo nada parecido a una amistad. Podía pasarse días, semanas, sin tener ningún tipo de contacto humano. Si su aspecto físico o su carencia absoluta de modales no eran suficientes para alejar de él a cualquier ser vivo, el olor nauseabundo que desprendían él y sus pertenencias hacía el resto del trabajo, y mantenía alejadas a las ratas, que se habían acercado creyendo haber visto un suculento saco de basura...

Cuentan que una vez se metió en una pelea, en donde le cayeron dos bofetadas de las que calientan la cara, cortándole un labio. El agresor, que tenía restos de sangre en una mano, tuvo que ir al hospital días después, aquejado de una infección desconocida en el lugar en donde su piel había entrado en contacto con la sangre del Toallas...

Lo del nombre, el Toallas, es una verdadera incógnita. Unos dicen que le llaman así porque en el colegio sus compañeros le solían perseguir con toallas, usándolas como látigos mientras él lloraba desconsolado. Otros dicen que el nombre le viene desde que era pequeño (y hasta los 15 años), cuando sus cuidadores usaban toallas para envolverlo, en vez de pañales, por lo mucho que cagaba el niño... Luego usaban esas mismas toallas para secarle, si es que alguna vez lo lavaban...

Este ser tan triste, tan desgraciado, tendría un final digno de su persona, igual de triste, igual de desgraciado. Fue en carnavales, un año en el que el Toallas se había disfrazado de soldado del Ejército. Era su sueño, ser soldado e ir a la guerra. Había intentado ingresar en varias ocasiones, pero lo habían rechazado por inepto, diciéndole que la única posibilidad que tenía de entrar en el Ejército era si le usaban de munición, lo cual tampoco era posible, pues hoy por hoy no se permiten las armas de destrucción masiva...

Así que el Toallas se disfrazó de soldado, y se paseaba muy orgulloso por la calle. Al llegar a una esquina, se dio cuenta de que uno de sus zapatos se había desabrochado, así que se agachó para atarlo, apoyándose en una farola. Unos niños disfrazados de Tortugas Ninja, buscando un posible malhechor, se acercaron sigilosamente por detrás y desenfundaron sus armas, creyendo que el Toallas era un esbirro de Krang (el cerebro malvado). Entonces, el que iba de Donatello, levanto su vara de madera, y lanzó una estocada directa al trasero del Toallas, con tan mala suerte que el golpé fue directo a la pistola cargada que el infraser llevaba en su cinturón. La pistola se disparó, y la bala se alojó en el fémur del Toallas, que cayó al suelo al momento.

Los niños, creyendo que se trataba de un petardo, decidieron seguir con el juego, y comenzaron a darle mamporrazos con sus armas de plástico, al tiempo que tarareaban la canción de su serie favorita. Mientras, el Toallas se desangraba impotente, tratando de musitar gritos de socorro. Como apenas sabía hablar, la gente que estaba alrededor pensaba que estaba jugando con los niños, haciendo de malhechor deficiente.

Cuando los niños se cansaron de darle puñetazos y patadas a su víctima, se fueron corriendo perdiéndose en la multitud, y el Toallas se arrastró como pudo hasta un portal. Un charco de sangre empezó a rodearle. De pronto, oyó el sonido de unas monedas. Se las había lanzado una pareja, que se había asombrado pensando lo logrado que estaba el disfraz de soldado malherido en guerra biológica que llevaba. Alzó una mano temblorosa buscando ayuda, pero sólo consiguió un euro más, y que la chica se pusiese a su lado para que su novio le hiciese una foto...

La mirada se le nublaba. El Toallas pudo ver toda su triste y corta vida pasándole por delante, como en una película, o más bien un cortometraje. Antes de perder del todo la consciencia, pudo distinguir a un invidente que, buscando un lugar para hacer sus necesidades, había llegado a su lado por el olor, pensando que estaba en algún lugar de deshechos. El Toallas no pudo ni siquiera moverse para avisar al ciego, quien descargó sus fluidos en su amorfa cara desde la primera a la última gota, para luego alejarse sin más, mientras la penosa e innecesaria existencia del Toallas se terminaba para siempre, dando la razón a la selección natural y alivio al resto de la humanidad...

N. de A. Lo arriba escrito es pura ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Los Fantasmas de la O.R.A.

Como cada sábado a mediodía, Juan salía a pasear con su mujer, Clara, y su hijo, Manuel... Era un día de invierno atípico, con mucho sol, pero a pesar de ello hacía mucho frío, por lo que los tres iban bien abrigados. Mientras Manuel, un alegre niño de siete años, correteaba por la calle jugando con un palo en su mundo de fantasía, probablemente imaginando ser algún caballero medieval de armadura brillante, sus padres caminaban tras él, charlando de temas banales, rutinarios y sin demasiada importancia, sin dejar de ojear a su hijo en ningún momento.

Una sombra apareció al fondo de la calle. Era un hombre jóven, quizás cerca de los treinta, aunque la capucha de la sudadera con la que iba vestido le cubría el rostro, y era difícil de averiguar. Llevaba ropa deportiva, aunque probablemente se debiese más a la comodidad que a la finalidad. De debajo de la capucha tan sólo se podía vislumbrar un rostro cabizbajo y ensombrecido, y unos ojos que apenas levantaba para no tropezar con el mobiliario urbano.

El hombre se dirigía hacia la familia, pero ninguno de los tres se percató de su presencia hasta que estuvo a escasos metros de Manuel... Juan, que fue el primero en verlo, le hizo un gesto a su mujer, y los dos se apresuraron en ir hasta su hijo y apartarlo de aquel hombre, cuya única reacción ante las atemorizadas caras de la familia fue un ligero giro de cabeza para observarles mejor, cuando pasó a su lado. Un delgado rayo de sol iluminó por pimera vez la demacrada y pálida cara del joven, que parecía haberse levantado hacía escasos minutos. La luz le cegó al momento, y rápidamente volvió a mirar al suelo para protegerse con la capucha...

Juan comprobó que su hijo estaba bien, palpándole el cuerpo con ambas manos. Manuel miró a su padre, con cara de no haber entendido nada. Volvió a mirar al chico, que se alejaba con el mismo ritmo lento y pausado. Luego regresó la mirada a su padre:

- ¿Qué pasa, papá? - preguntó - ¿Por qué me agarras?

Juan miró a su hijo condescendientemente. Luego miró a su mujer, que le devolvió la mirada con preocupación.

- Te estoy protegiendo de aquel chico - le contestó Juan a su hijo - Porque ese chico... Ese chico es un fantasma de la O.R.A....

Y entonces, Juan le explicó a su hijo la leyenda del fantasma de la ORA. Hace mucho, mucho tiempo, los jóvenes se divertían por las noches, desfasando en un mundo de vicio y perversión... Cosas muy feas y diabólicas... Hasta que un día, después de muchas horas de fiesta, muchos cubatas y demasiada diversión, una maldición cayó sobre algunos de los jóvenes que participaban en esas fiestas sin control... Aquellos que dejasen el coche aparcado en la calle el viernes por la noche, se verían obligados a despertarse a media mañana, con la resaca de la noche anterior en pleno apogeo, para ir a poner el ticket de la O.R.A. si querían evitar que les multasen, y poder así descansar en paz...

- Es por eso - finalizaba Juan, ante la atenta mirada de su hijo - que todas las mañanas de los sábados, si te fijas bien, podrás ver sombras caminando por la calle, entes sin vida, camuflados de la luz del sol, que caminan con rumbo fijo, con un único objetivo: Poner el ticket de la O.R.A.... Ponerse en su camino, puede resultar muy peligroso...

Manu miraba a su padre con los ojos como platos, aterrorizado. Giró rápidamente la cabeza fijándose en la gente que paseaba a su alrededor. Allí, entre la multitud, numerosos jóvenes encapuchados se alejaban hacia sus casas, tras haber cumplido con la maldición. Con ritmo lento y pausado, ahora sólo tenían un objetivo: Descansar...

martes, 25 de noviembre de 2008

Sabana Jones

Hay veces que a uno le ocurren casualidades, como cuando encuentras a alguien en un sitio que no esperabas, o que dos mundos completamente diferenciados en tu mente, tengan sus puntos en común. Otras veces, uno tiene lo que vulgarmente se llama "potra", "chorra", "chiripa", o sencillamente suerte, como podría ser encontrarse un billete de cinco euros por la calle, o que empiece a llover justo cuando se llega a un sitio cubierto...

Pero hay veces en los que, haciendo méritos para que te suceda algo malo, no sólo no te pasa, sino que además, y gracias a una conjunción de casualidades y suerte, consigues sacar de ahí una situación más que cómica, sublimemente irrisoria... ¿Cómo se podría llamar a eso? Para entenderlo mejor, me explicaré, primero visualmente, y después trantando de hacer llegar a qué me refiero... Mirar esta foto atentamente:

Este PC City me suena...

Como cada día, abres la ventana para airear la habitación, para deshacerte de ese aroma mañanero que destila (nunca mejor dicho) tu habitación después de una resaca. En un alarde de inspiración, recordando vagamente aquellas cosas que hacía tu madre cuando vivías en su casa, decides poner las sábanas en el marco de la ventana para que se aireen también, que huelen a caldofrán... Pero claro, como suele ocurrir en estos casos, te has olvidado de parte de la lección, y en lugar de recogerlas a los cinco minutos, decides dejarlas en la ventana todo el día... Lo cual, viviendo en un sexto piso, no sólo aireará las sábanas, sino que las centrifugará y, con algo de tiempo, terminará por hacer que las sábanas se precipiten al vacío...

Entonces comienza la odisea de la sábana voladora, que tras librarse de sus ataduras y con ayuda de la fuerza de la gravedad, cae un piso, cae otro, y otro, y otro... Todo ello al tiempo que va dando vueltas en el aire, rozando levemente los marcos de las ventanas por las que va pasando, en cada piso, amagando un posible receso en alguna de ellas que no se produce, pero que va suavizando la caída... Hasta que finalmente, tras un cuádruple (o quintuple) salto mortal con múltiples tirabuzones, se coloca en perfecta posición para caer con una precisión digna de Gervasio Deferr (de hecho sólo le faltaban los brazos en cruz para saludar), cubriendo exacta y completamente uno de los focos del PC City situado en la planta baja, no sólo evitando el contacto con el suelo y el posible pisoteamiento posterior, sino disimulándose a la perfección con la red verde que recubre el andamio situado al lado, de forma que nadie, excepto el implicado, sospechase absolutamente nada de la esperpéntica imagen resultante...

Ver para creer...

lunes, 18 de agosto de 2008

La (incierta) Leyenda de San Caetano

Según contaba la leyenda, transmitida de generación en generación por bardos inagotables en noches infinitas, "se non ligas en San Caetano, non ligas en todo o ano"... Algunos rezaban porque la maldición no se cumpliese, pues en esa noche mágica bajo las estrellas y las copas de altos eucaliptos, la labor del cortejo debía efectuarse bajo la mayor precaución, cuidando de no toparse con algún borracho violento, con alguna hembra desfigurada, o, en el peor de los casos, con alguna trampa mortal en medio de la oscuridad de la noche, que te llevase arrastrando el trasero por una cuesta sin fín, plagada de matojos llenos de pinchos de los que casi era imposible escapar...

Había pasado ya más de una semana desde aquellas fiestas de San Caetano, en Portosín, y los más cuerdos todavía recordaban el fervor vivido en aquellas noches de desfase, vicio y perversión... Vino a voluntad para viajar al calor de la incesante música, luces de colores que intentaban iluminar el claro del bosque, y una polvareda inmensa, levantada por los bailes de la masa humana, que aseguraban que al día siguiente, la respiración fuese más difícil que después de varios días viviendo en Pekin...

Y en aquella marea de gente, había un grupo de intrépidos muchachos, veteranos en mil batallas, listos para cumplir la tradición o morir en el intento. Algunos, tras varias horas de incesantes acechos, consiguieron su vital cometido. Otros, cual amante de la naturaleza que deja escapar su presa una vez conseguida, decidieron quedarse a mitad de camino, tentando a la suerte que predecía la famosa leyenda... Muchos, en un momento de despiste, desaparecieron para siempre como se describía antes, en las profundidades de la maleza...

Pero a pesar de las bajas, a pesar incluso de que algunos no pudieron (o quisieron) cumplir con la profecía, el recuerdo de aquellas noches permanecerá por los siglos de los siglos, en los escritos más longevos de civilizaciones venideras, pues aquellas fiestas de San Caetano, aquel claro en el bosque de eucaliptos en la cima de la montaña a orillas de la Ría de Noia, aquel vino peleón que los presentes se tiraban unos a otros cuando ya no les cabía más en el cuerpo, aquel polvo que ascendía desde el suelo a las fosas nasales... Todo ello, creaban un ambiente único, irrepetible, extraordinario...

Aunque quizá también haya que pensar (pues cabe la posibilidad) que aquellas mágicas e irrepetibles noches, puedan caer irremediablemente en el olvido en poco tiempo, cuando el recuerdo se borre de la mente de la gente con más alcohol, o cuando los mismos muchachos repitan, al año siguiente, otras noches mágicas, cumpliendo (o intentando cumplir) con la leyenda de San Caetano...

viernes, 8 de agosto de 2008

Del Cielo de Cambados, al Infierno de Catoira...

El sol había salido hacía tiempo, y ya pegaba con fuerza en las calles de Cambados. Las gaviotas, hartas de graznar (o como coño quiera que se llame lo que hacen), flotaban tranquilas, dormitando al ritmo de las olas, ahora que la fiesta se había terminado y podían descansar. El paisaje era desolador. Parecía como si un tornado hubiese entrado de lleno en un basurero, desperdigando las bolsas y su contenido por todas partes. Las atracciones de la feria, cerradas a cal y canto, asustaban a cualquiera, aún a plena luz del día. En algunas calles, un fuerte olor a amoníaco, marcaba las zonas de "receso" de la ciudad.

Cuatro sombras caminaban, con rumbo fijo pero cansado, entre las atracciones y las bolsas de botellas a medio terminar. Los brazos caídos, los ojos entrecerrados, la boca seca... Aquellos indicios indicaban que esos hombres no eran de los madrugadores.

Miraron a una zona del palmeral por el cual estaban pasando. En aquel rincón se habían pasado una buena hora hablando con una médicas recién licenciadas, manteniendo conversaciones interesantes y divertidas, que camuflaban sus verdaderas e inconscientes intenciones reproductivas... En aquel otro rincón, fue donde ellos mismos abastecieron sus atrofiados hígados, buscando estar en el nivel de euforia reinante, antes de dirigirse triunfante a algún garito del pueblo en el que se encontraban.

Siguieron caminando por el paseo marítimo durante unos minutos. Mirando al mar, recordaron algunos momentos de la dura noche pasada. El ligoteo en el palmeral; el "rescate" de un peluche en un puesto de la feria, cuando los secuestradores miraban a otro lado; el momento confuso en las atracciones, dando vueltas hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, y hasta en diagonal... Después de un buen rato, con las últimas fuerzas, llegaron al coche, aparcado a orillas del mar. Un lugar peligroso si se viene en ese estado (de cansancio).

Las energías volvieron con algo de comida que encontraron por ahí, y la música a todo meter. De pronto alcanzaron un nivel de euforia curioso, seguramente causado por la droga que es el sueño. En ese estado estaban cuando un Ford Focus trujing se paró a su lado, y viendo la marcha que llevaban los cuatro chicos, les dijo que fueran a otra fiesta... La fiesta de Catoira...

Al principio no estaban muy convencidos de la idea. Pero a los pocos minutos, como arrastrados por una fuerza invisible, se metieron en los coches, y salieron con lo puesto hacia la famosa fiesta de Catoira, sin saber en realidad lo que allí les aguardaba...

La idea que tenían es que tardarían unos cinco minutos en llegar, pues supuestamente estaba al lado... Cinco minutos después, todavía les quedaba otros 25 para llegar al pueblo vecino. La monotonía del coche, unido a que eran las diez de la mañana y no habían pegado ojo en 24 horas, hacía peligrar la seguridad de los protagonistas... Algún volantazo por aquí, unos cuantos claxones por allá, las bandas sonoras de los lados de la carretera, y los gritos de los copilotos, evitaron la tragedia...

Por fin en Catoira, se dispusieron a pasar unas cuantas horas más de fiesta desenfrenada. Dejaron los coches y fueron caminando hasta la zona de la fiesta, situada en un paraje extraordinario, a pesar de que alguien tuvo la grotesca idea de poner un puente por encima de la zona. Los restos de unos torreones del medievo se alzaban majestuosos en la rivera del río,guardando el paisaje verde y azul, sólo manchado por el citado puente de la nacional que lo sobrevuela. Un paisaje majestuoso.

Tras tres horas en aquel lugar, los torreones podían ser de oro con incrustaciones de zafiros y rubíes, las colinas de nata y el río de chocolate. Daba lo mismo, porque allí fiesta, lo que se dice fiesta, no había. Sólo había un Sol del tamaño de la bola de la Fuerza Universal de Son Goku... Sedientos, cansados, al borde de la lipotimia, los cuatro amigos esperaban el momento álgido de la fiesta, con más fé que esperanzas de que aquello pudiese darles ganas de celebrar lo que fuese... La ingente cantidad de personas que se acumulaban en ambas orillas del río parecía indicar que aquello iba a ser la repera. Y entonces, por fin llegó el esperado momento, para el cual estuvieron esperando tres horas, al sol, sin comida ni bebida... Bueno, sólo la bebida de la noche anterior... El espectáculo ya podía ser bueno.

Tres barcos de apariencia vikinga, gente vestida de vikinga a bordo con más copas encima que una baraja española gritando como desgraciados, una vuelta por delante de los cientos de personas que observaban el percal y (sisi) aplaudían y animaban a los que iban en los barcos, el desembarco delante de varias cámaras de televión, revolcándose por el barro y tirando algas a la gente, y... Y nada más. Ya está. Aquello fue todo.

Medio inconscientes, con la sensación de que todo aquello era un sueño de los raros, casi sin poder pronunciar palabra tras lo que acababan de presenciar, los cuatro amigos se levantaron, y sacando fuerzas para huir de aquel lugar, se marcharon comentando la situación, verificando que lo que acababa de pasar, era real.

De camino al coche, un reportero de televisión seguido de un cámara, viendo el miedo en sus caras, les paró para hacerles unas preguntas, que pueden resumir el sentimiento que se les quedó después de aquello, cuando pasaba de la una de la tarde...

Periodista: ¿Primera vez en Catoira?
Individuo: Si...
P: Y ¿que te ha parecido?
I: Impresionante... No tengo palabras...
P: Pero... ¿Te ha gustado?
I: Pues bueno... Que tanta gente venga hasta aquí para ver a 40 frikis borrachos revolcarse por el barro, es algo increíble...
P (pensando, con media sonrisa en la cara): Algo de razón tiene...
I: ...bueno, es una tradición y eso es lo importante...
P: Aham... ¿De dónde eres?
I: De...

martes, 11 de marzo de 2008

La Leyenda de la Noche Madrileña

Un estruendo rompe el silencio en la noche madrileña. Es un ruido sobrenatural, de ultratumba, jamás escuchado en la faz de este planeta (al menos no en la historia reciente). Los vecinos de los edificios cercanos, y no tan cercanos, miran asustados por sus ventanas, inocentemente protegidos por una cortina o una persiana, queriendo escudriñar sin éxito en la oscuridad...

El sonido se hizo más fuerte, hasta tal punto que las paredes temblaron. La gran parte de los curiosos que miraban por sus ventanas se apresuraron a cerrarlas a cal y canto, y a apagar la luz, tratando de ser invisibles ante la amenaza que se acercaba, inconscientes del peligro que se cernía sobre ellos...

El sonido se hizo ensordecedor. Eran risas, gritos, gemidos, llantos... Entonces, algo extraño sucedió. Un grito aterrador, y de repente, un saco de cemento apareció volando por los aires, saliendo de la nada... La fuerza con la que volaba era tal, que en pleno vuelo se rompió en mil pedazos, y una polvareda invadió la calle, haciendo todavía más difícil distinguir nada. Entonces, se hizo el silencio.

El polvo fue disipándose poco a poco. Y sólo entonces, por fin se pudo ver el origen de todo aquel alboroto. Diez sombras se alejaron del lugar de los hechos, con paso no necesariamente rápido, entre risas y gritos. Su destino no estaba claro, pero seguro que dejarían una senda de destrucción a su paso...
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Horas antes, los peligrosos protagonistas de esta historia se encontraban tranquilamente en casa de uno de ellos... Todo parecía normal, la típica reunión de amigos, y amigos de amigos, con conversaciones normales, risas normales, gente normal en definitiva. Pero entonces, una voz misteriosa y seductora entró en sus cabezas, cual canto de sirena en un navío vikingo, atrayendo su atención irremediablemente. La voz recitaba unas frases encandiladoras, que no podrían ser reproducidas aquí sin perder gran parte de su encanto...

Quizás fueron aquellas palabras provenientes de una dimensión desconocida las que provocaron el posterior desatamiento de los protagonistas... O quizás fueron "Las Nuevas Trancas", un tequila de procedencia tan dudosa como la originalidad de su nombre...

Pero el caso es que la destrucción no se detuvo ahí... En algún lugar de la capital, un local nocturno sufriría las consecuencias de este ciclón. La rapidez con la que actuaban era tal, que a pesar de estar abarrotado y contar con ciertas medidas de seguridad, nadie se percató de cómo ni cuándo los protagonistas se llevaron medio techo por delante, causando el pánico entre la multitud... De aquella masacre, sólo el hombre más pequeño del mundo pudo salvarse, haciendo gala de una increíble habilidad para pasar desapercibido...
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Una nueva noche caía en Madrid. Algunas voces comentaban nerviosas lo ocurrido la noche anterior. La gran mayoría mantenía el silencio, temerosos. Otros se limitaban a comentar lo ansiosos que estaban por ver el Chiki Chiki en la gala de Eurovisión... Pero todos temían que se repitiese la masacre.

En un bar de tapas céntrico de Madrid, diez jóvenes amigos tomban unas cervezas y algo de sidra para acompañar los numerosos pinchos que ofrecían. Poco a poco, una sombra volvía a caer sobre ellos... La locura les llevaba incluso a ser "agresivos" entre ellos, y pronto empezaron a lanzarse comida y bebida (o a cebarse los unos a los otros)...

La calma cayó en el grupo por un momento... Pronto llegaron a otro local. Alguien dijo tiempo después que, "si se pudiese representar a este variopinto grupo en un bar, sería este". Cuando llegaron se sintieron extraños. La gente que pululaba por allí podía igualar a los diez malvados protagonistas en cuanto al terror que provocaban al resto de los mortales. Era una especie de bar de los horrores... Pero para gente como los protagonistas, aquello era como estar en casa...

Allí, un pobre vendedor de flores fue víctima de los juegos de los protagonistas. Tras una tímida entrada ofreciendo flores al personal, el grupo lo cogió por banda, y lo atrajo en sus redes. Finalmente, no se sabía si el vendedor era víctima del grupo, o si por el contrario había pasado a formar parte de él. Pero lo cierto es que las flores que llevaba el hombre sí se podrían encontrar entre los daños causados...

Tras simpatizar con la gente de aquel curioso bar, y en pleno apogeo de la noche, decidieron volver al local de la noche anterior, cual catástrofe natural que siempre se ceba con los países más necesitados... Y una vez más, tentando a su suerte, o tal vez demostrando que la suerte no había tenido que ver, volvieron a causar destrozos, dejando el cableado del lugar al alcance de la mano, para disfrute de los más borrachos del lugar...
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Poco antes, sin una explicación lógica, el temible grupo fue invitado a casa de unos inconscientes, que atrajeron a los protagonistas bajo promesas de ver los pechos más grandes que jamás hubiese visto cualquier persona, animal o cosa...

Y nada más cruzar la puerta de la morada, con ellos entró la destrucción... Haciendo gala de una fuerza descomunal, uno de los protas arrancó el perchero de la pared, sin mayor esfuerzo, mientras otra agujereaba el parqué de la casa, sólo con caminar por una de las habitaciones... Era lo nunca visto... Pero las tetas no aparecieron por ningún lado...
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El fin de semana llegó a su fin, y el grupo, para alivio de los madrileños, se separó por fin... Atrás quedaron muchas anécdotas, muchas más de las que aquí se han contado. Diálogos extraños, hablando de tipos de tableros de madera, fimosis, animales vegetarianos, o de levantar coches entre dos (a pesar de su brutal fortaleza, no fueron capaces de levantar un Smart...), demostraciones de poderío, no sólo físico o mental, sino también de riqueza, cogiendo taxis hasta para ir a la vuelta de la esquina...
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Todo ello es lo que dice la leyenda, lo que se cuenta que sucedió el pasado fin de semana... Pero ¿cómo diferenciar la realidad del sueño? ¿Cómo creerse lo increíble, lo inimaginable o impensable? ¿Cómo no pensar que todo ello son habladurías, una farsa sin sentido?

Eso, amigos míos, sois vosotros los que tendréis que decidirlo, los que tendréis que averiguar qué parte es cierta y qué parte no lo es. Qué parte tiene sentido, y cual no... Pero tenedlo claro: La leyenda también asegura que pronto, no se sabe exactamente cuando, pero que en algún momento, la maldición de este grupo regresará, y caerá en algún otro lugar, causando otra ola de destrucción. Aseguraos de estar lejos cuando ocurra... O formad parte de ella...

jueves, 25 de octubre de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 6º

Orgullo y honor.
Las trompetas dejaron de sonar por segunda vez, después de interrumpir las explicaciones que Guillaume trataba de darle al Archiduque Joseph. De nuevo se hizo un silencio en la taberna, y esta vez era un silencio más tenso que cuando el Archiduque hizo aparición. Los vecinos sabían que, con el Archiduque allí presente, sólo había una persona que podía ser anunciada de aquella manera.

La puerta de la oscura taberna se volvía a abrir dejando entrar la claridad exterior, a la vez que otro hombrecillo amanerado, muy parecido al que antes había anunciado al Archiduque, hacía aparición:

- Hace entrada... - comenzó con una voz característica el hombrecillo, al tiempo que los presentes aguantaban la respiración - ... el excelentísimo Conde Luis de Martínez y Barbosa y Baladrón y... y eso es todo...
- Muy gracioso, Rasputín - se pudo oir desde fuera, con tono severo. Dicho esto, el susodicho Conde avanzó al interior de la taberna con paso firme, y con un sonido metálico a cada paso que daba, pues portaba una pequeña armadura de acero, además de una gran espada, y quién sabe cuantas monedas de oro en sus bolsillos.

- Buenos días, señor Conde Luis - saludó el Archiduque, al tiempo que hacía una leve reverencia.
- Buenos a tí, Archiduque Joseph.
- ¿A qué se debe vuestra visita? - preguntó el Archiduque, con un tono más suave que con el que se había dirigido al resto de la gente.
- ¿Es que acaso tengo que pedirte permiso para entrar aquí? - contestó el Conde, malhumorado.- Tabernero, ponme algo suave, que tengo el hígado hecho trizas.
- ¿Hecho trizas? Pero si ayer bebía hasta del abrebadero...- el Archiduque se calló al ver que el Conde le miraba seriamente.
- Sé lo que hice ayer... Pero hoy es otro día - dijo el Conde, mirando hacia el infinito - Le prometí a una damisela que dejaría de beber, que me comportaría, que no volvería a... - De pronto se detuvo mirando a su alrededor - ... Bueno, que dejaría de hacer cierto tipo de cosas... Y una promesa es una promesa, y por el honor y el orgullo de mi linaje, pienso cumplir mi promesa, en esta vida y en las que vengan... - Dicho esto, alzó su anillado puño al aire, ante la atenta mirada de la gente, boquiabierta ante aquel monólogo.

Desde el fondo de la posada se comenzaron a escuchar los aplausos de un par de manos. Toda la posada se volvió rápidamente para hallar la fuente de tan atrevida interrupción, y pudieron descubir al trovador, que había contemplado la escena como el resto, y le había emocionado hasta tal punto, que se había levantado de su asiento sonriente y aplaudía fervorosamente...

- ¡¡Magnífico!! - exclamó - Ha sido impgesionante.
- ¿Quién es ese majadero? - preguntó el Conde con un gesto de desagrado.
- Ha sido una actuasión magavillosa, señog - continuaba Guillaume, inconsciente de su impertinencia. - ¿Le gustaguía seg actog paga mí?
- ¿Actog? Pero, ¿qué demonios estás diciendo? - el Conde estaba cada vez más confuso y enfadado.
- Creo que lo que quiere decir es si le gustaría ser actor - comentó el Archiduque - Me parece que este hombre es un trovador francés. Le estaba interrogando justo cuando usted...
- ¡¿Actor?! - espetó el Conde - ¿Este mequetrefe gabacho me pregunta si quiero ser actor?
- Así es...
- Pero ¿qué demonios se ha creído? - La gente trataba de mirar hacia otro lado, mientras el Conde avanzaba lentamente hacia Guillaume, que seguía sonriendo. - ¿Cree que puede llegar aquí, sin pedirme permiso, y reirse en mi cara de aquesta manera?
- ¿Gueig? ¡Oh! Si, si. Teatgo hase mucha guisa - Guillaume no pillaba al Conde...

El conde se dio la vuelta, irritado, y miró hacia el archiduque conteniendo su rabia.
- Prepara la guillotina - le dijo entre dientes - Esta noche tenemos un aspirante de fuera...
- Como pida vuesa merced - dijo el Archiduque devolviéndole la mirada al Conde y esbozando una ligera sonrisa - Prepararemos la guillotina...

Y a pesar de la discreción de los nobiliarios, alguien de los que estaban sentados en una mesa cercana escuchó claramente la palabra "guillotina". El Conde, el Archiduque y sus secuaces se dirigían ya hacia el exterior sin mediar más palabras. Pero antes de que hubiesen cruzado el umbral de la puerta, el chico que les había escuchado había pasado el rumor a todos los que tenía a su alrededor. Muchos se pusieron en pie y, sin dudarlo, gritaron a un tiempo:

- ¡¡No queremos más guillotinas!! ¡¡Morte ó exército nobiliario!! - Y antes de que los nobles se hubiesen dado la vuelta para ver la cara de los alborotadores, el resto de los presentes se había puesto en pie, gritando al unísono:
- ¡¡Morte, morte, morte...!!
- ¡¡Pagaréis por esto, paganos!! ¡¡Os lo prometo!! - les gritó el Archiduque, enrabietado ante la situación.

lunes, 27 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 5º

Tú no sabes quien soy yo.
Paco volvió corriendo a sentarse de nuevo con sus amigos. El resto de la gente apartó la mirada del trovador, que hasta aquel momento era el centro de atención, y que ahora permanecía de pie, sólo, mirando a su alrededor, preguntándose qué es lo que había hecho que la gente dejase de prestarle atención. Su anuncio de que buscaba actores para una obra de teatro había creado expectación entre los aldeanos, pero algo más importante les había hecho darse la vuelta y hacer como si no estuviese presente. La puerta de la taberna se abrió de par en par, y un pequeño hombrecillo vestido con limpias ropas rojas hizo aparición. Avanzó unos pasos hacia el interior, muy erguido y sin apenas mirar a la gente, y con un tono respingón y una voz aflautada dijo solemnemente:
- Hace entrada el Archiduque de Joseph y Joseph... - y tras sus palabras, se hizo a un lado, y apareció el susodicho Archiduque, vestido con ropas y joyas que indicaban su ascendencia noble, mirando a su alrededor con sonrisa malévola.
- ¡Buenos días a todos! - gritó buscando atención, a lo que obtuvo como respuesta un leve murmullo de la gente, que apenas osaba mirarle.

El Archiduque avanzó, pero cuando apenas había dado unos pasos, se detuvo en seco, dándose cuenta que alguien le observaba levantado y sin disimulo desde un rincón del local, con una expresión de curiosidad en su rostro.

- ¿Y tu quién eres? - le espetó el Archiduque despectivamente.

El trovador se había quedado mudo ante la pomposa escena que había presenciado, y dudó en responder, por miedo a que le entrase la risa floja.
- ¿Acaso TÚ no sabes quién soy YO? ¡Te ordeno que me contestes! - el Archiduque dio un paso al frente, amenazante.
- Es un forastero que está de paso por nuestro pueblo - la voz provenía del otro lado de la taberna.

El Archiduque se volvió con rostro serio, buscando la proveniencia de la respuesta. Su mirada se fijó en el único rostro que le miraba. Ricardo le pegó un codazo a Paco, que no había podido contenerse ante el acoso del noble. Éste se dirigió hacia la mesa de los tres amigos, que se encogían mientras el Archiduque se acercaba.

- ¿Te he preguntado algo a tí, sabandija? - le increpó mientras se acercaba. Cuando estuvo frente a él, se detuvo y esbozó una leve sonrisa - No eres más que la peste de este pueblo (N. de A. Por aquel entonces el cáncer estaba menos extendido).

Ante esta frase, Paco se levantó con expresión seria, y extendió su brazo artísticamente, con el dedo índice señalando la puerta, y entonces comenzó a decir:

- Fuera de... - pero antes de que pudiese terminar su frase, el cura Jacobo, que observaba la escena con temor, se levantó rápidamente e interrumpió a Paco.
- Mi señor, mi amigo Francisco no quería ser impertinente, sólo pretendía ayudarle a saber... - pero él también fue interrumpido, esta vez por el propio Archiduque.
- ¡Padre Jacobo! - exclamó sonriente - No sabía que había vuelto usted. ¿Cómo le ha ido en su viaje?
- Muy bien, ha sido muy... - comenzó Jacobo.
- ¿Ha visto al Papa?
- Si, de hecho... - Jacobo contestaba de nuevo, pero el Archiduque le volvía a interrumpir.
- Y ¿cómo se llamaba esta monja que escribía...? - el Archiduque pensó un momento - ¡Oh sí! ¡Teresa de Jesús! ¿Está buena...? - esta vez el cura interrumpió a Joseph bruscamente.
- ¡¡SANTA Teresa de Jesús!!

Un breve silencio se hizo en la taberna. Todos miraban al padre Jacobo que, alterado, miraba amenazante al Archiduque, que le devolvía la mirada, serio y con una ceja levantada.

- Sí. Santa... Por supuesto... - dijo, dándose la vuelta, y dirigiéndose de nuevo hacia el trovador. Olvidándose de Paco, que seguía de pie, con el brazo todavía señalando hacia la puerta, mirando boquiabierto a su amigo cura, por la osadía que había demostrado. Dándose cuenta que se había librado de una posible represalia del Archiduque por su "impertinente" intervención, Paco bajó su brazo y se sentó en su sitio rápidamente, agradeciéndole al cura con la mirada por haber detenido su frase a tiempo.

- ¡Tú! - el Archiduque señalaba al trovador, que no se inmutó ante la increpación - ¿Qué has venido a hacer aquí y por qué no he sabido nada de tu llegada?
- Bueno, yo... - el trovador no sabía muy bien qué responder.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Guillaume de Bergerac - dijo con un extraño acento.
- ¿Gui-qué? - preguntó Joseph con cara de asco.
- Guillaume (N. de A. Pronunciado Guiom) - respondió el extraño, lentamente, abriendo mucho la boca.
- Que nombre más extraño. ¿Y de donde vienes, Guión? - preguntó Joseph, con cara de burla.
- De la France.
- ¿Qué? - todos fruncieron el ceño al no entender, al tiempo que Joseph hacía la pregunta.
- Del nogte de Fgansia - respondió Guillaume, señalando hacia arriba con las manos.

Todos parecieron comprender menos el Archiduque, que miró a su esbirro buscando una respuesta. Este se acercó y le sopló la respuesta al oído.

- ¡¿Francia?! - exclamó Joseph contrariado - ¿Y a qué has venido a hacer aquí desde tan lejos?
- Pues he venido aquí por estoy buscando... - pero una vez más, Guillaume fue interrumpido por las trompetas anunciadoras, ante lo cual levantó las cejas en gesto de resignación y se sentó. Esta vez, el rostro que mostraba preocupación era el del Archiduque de Joseph y Joseph...

sábado, 25 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 4º

El "homgue misteguioso"
Los tres amigos no salían de su asombro, al igual que el resto de los presentes en la posada. En aquella época de ignorancia en la que vivían, era extraño encontrar a alguien que supiese leer o escribir, a excepción de algunos afortunados pertenecientes al clero y alguno que otro de la nobleza. Así que ver a alguien que no fuese de esos grupos elitistas utilizando con tanta maestría la pluma y el papel era una escena de lo más extraña para los que la presenciaban.

- ¿Creéis que ha venido a contar historias? - Ricardo estaba excitado.
- A lo mejor sólo está de paso - comentó el padre Jacobo.
- ¿De paso? - respondió Ricardo incrédulo - Entonces está algo perdido. Por aquí no se va a ninguna parte. ¿De dónde vendrá?
- A ver - Paco perdía la paciencia - Eso se pregunta y punto.

Y dicho esto, Paco se levantó de su asiento y se acercó lentamente a la mesa del forastero, que seguía sumido en sus escrituras, rodeado del humo de su pipa. Los demás seguían los hechos con atención, conteniendo la respiración.

- Disculpe... - Espetó Paco, una vez estuvo situado al lado del misterioso hombre. Pero el humo de la pipa (que iba misteriosamente hacia Paco aunque éste se moviese) interrumpió su pregunta y le asfixió temporalmente. Cuando recuperó el aire, continuó - Mis amigos y yo estábamos preguntándonos porqué está usted en nuestro pueblo... ¿Va a dar una función? - Preguntó entre toses.

El hombre parecía no escucharle. Paco no sabía qué hacer, y miró hacia la mesa donde estaban los otros dos haciéndole gestos con las manos. El cura le indicaba que le tocase el hombro, mientras que Ricardo hacía gestos obscenos por detrás, provocandola risa de Paco, que casi no pudo evitar la carcajada. Recuperando la seriedad, Paco decidió hacerle caso a Jacobo.

- Disculpe - repitió, al mismo tiempo que apoyaba su mano en el hombro del recién llegado y volvía a toser. Casi al instante, el hombre pareció despertar de su concentración de un bote en su silla, soltando un pequeño grito que hizo saltar a su vez al resto de los allí presentes. Con el susto, todos los bártulos de aquel hombre se tambalearon sobre la mesa.
- ¡¿Qué quiegues?! - le soltó airado a Paco, cuando consiguió detener el tambaleo de su bote de tinta.
- ¿Es usted trovador? - preguntó Paco, mientras la tensión crecía en el ambiente.
- ¿"Tgovadog"? - Repitió el extraño, con un pequeño defecto en el habla.
- ¿Qué? Digo que si es trovador.
- Si, "tgobadog" - Paco se volvió a sus amigos arqueando las cejas y encogiéndose de hombros. Ricardo estaba encongido de la risa.
- ¿A qué ha venido hasta nuestro pueblo? - Paco volvía a intentarlo.
- Estoy buscando "actogues" - le contestó seriamente el hombre - Son "paga" mi "obga".
- ¿Actogues? - Paco estaba algo confuso - Desconozco esa palabra. ¿Es un tipo de árbol?
-¿Qué? ¡No! - Ahora el que estaba confuso era el forastero, que fruncía el ceño - Actogues de teatgo. ¡Quiego haseg una funsión teatgal!

Estas últimas palabras las pronunció solemnemente, hablando un poco más fuerte, y miró hacia el resto de la gente con una leve sonrisa, esperando una reacción. Pero los aldeanos sólo intercambiaron miradas de incomprensión, y el forastero recuperó la seriedad, ofuscado. Pero uno de los presentes había reaccionado de forma distinta, habiendo entendido lo que el forastero quería decir.

- ¡Ya sé lo que quiere decir! - todos se giraron hacia el padre Jacobo, que ahora estaba de pie, sonriente - ¡Está buscando actores para una obra de teatro!
- ¡Sí, teatgo, eso es! - el forastero sonreía ahora, aliviado.

Después de un breve silencio, en el que todos permencían mirando hacia el trovador sin parpadear como procesando la información que les había llegado, el nivel de mumullos se incrementó hasta ser casi ensordecedor. Pero de pronto, por encima del barullo provocado por la excitación que se vivía en la posada, sonidos de trompetas provenientes del exterior, que anunciaban la llegada de alguien importante, silenciaron de nuevo a todos los aldeanos, que comenzaron a mirarse con cara de preocupación... El señor de las tierras había llegado al pueblo...

N. de A. Recordad que tenéis hasta mañana Domingo 26 para votar en la encuesta del margen derecho, para decidir quién será el "noble malo", que hará su aparición en el próximo episodio...

viernes, 24 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 3º

El extraño forastero
Cuando los tres amigos cruzaron el umbral de la puerta de la posada del pueblo, se encontraron un ambiente muy diferente al que había allí habitualmente. El barullo de gente charlando de sus quehaceres y los gritos del borracho de turno pidiendo otro vino para suavizar su continua resaca, habían sido sustituidos por un pequeño murmullo constante, resultante de los cuchicheos que ahora se daban entre los consumidores, y que quedaba bastante extraño tras haber cruzado el jaleo de la ajetreada plaza. Más extraño aún dada la numerosa cantidad de gente que había allí dentro.
En un día como aquel, ese ambiente de secretismo en la posada era muy inusual, y sólo podía estar causado por la presencia de algo, o más bien alguien, al que los vecinos desconocían.
Con sólo echar un vistazo al interior de la posada, los tres jóvenes que acababan de entrar supieron de inmediato de qué se trataba. Y es que todas las miradas de la abarrotada posada se dirigían sin disimulo hacia un punto concreto de la misma, hacia una mesa y una silla, situados en una oscura esquina del local, y en la cual había un hombre sentado, que parecía absorto, y era ajeno a los cuchicheos que le rodeaban.
En aquel pequeño pueblo, situado entre escarpadas montañas inundadas de vegetación que impedían un fácil acceso desde el exterior, no era normal recibir visitas desconocidas. Cada cierto tiempo, algún comerciante de pueblos vecinos se acercaba hasta allí para intercambiar algo, aunque más bien eran los vecinos de este pueblo quienes visitaban a los otros; además, los pocos comerciantes que se acercaban aquí siempre eran los mismos, así que la gente los conocía.
Aparte de comerciantes, era raro que por allí pasase alguien forastero. Alguna vez llegó un soldado que se había perdido… Pero le gustó tanto el lugar que desertó y se terminó quedando, y ahora está buscado por las autoridades…

- ¿Quién pensáis que será? – susurró Ricardo, nervioso, acercándose a sus amigos para que le escuchasen bien.
- No sé – respondió Jacobo en el mismo tono – Puede que sea un peregrino… Bueno, vale – prosiguió ante la mirada incrédula de los otros dos – Puede que no estemos en el camino, pero ya sabéis que todos los caminos llevan a Roma.
- Quizá sea del ejército… - comentó Paco, sin cuidar el tono de su voz, ante lo cual sus amigos le hicieron gestos para que bajase el volumen.
- Joder, Paco – le riñó Ricardo – a ver cuando agudizas el sentido del susurro, que nos va a oír.
- No creo que sea soldado – continuó Jacobo – Sus vestimentas no son cómodas para luchar, y no tiene una gran forma física… Además, ¿dónde se ha visto un soldado sin espada?
- Bueno – dijo Paco, intentando susurrar sin demasiado éxito– Mejor que tengas razón. Mi padre llegó a este pueblo hace muchos años ya, pero el ejército del rey todavía no le ha perdonado.
- No te preocupes – le animó Ricardo – Mira, para coger a tu padre el ejército tendría que mandar algo más que un pobre tirillas y su viejo caballo.
- Espero que tengas razón – las palabras de Paco no sonaban muy convencidas – Ojalá tuviésemos un aparato volador que nos permitiese irnos lejos de aquí y volver cuando quisiéramos…

Mientras los jóvenes conversaban sobre el forastero, como hacían los demás vecinos que se encontraban en la posada, éste había terminado su bebida y, despertando de su ensimismamiento, había cogido un pequeño saco que llevaba colgado de la cintura. Lo abrió, y de él extrajo una pequeña pipa de madera labrada, y lo que parecía ser una pluma de escribir y un montón de papeles arrugados y amarillentos. Encendió su pipa tranquilamente, se acomodó en su asiento, y comenzó a pasar la mirada por encima de unas toscas letras que habían sido escritas con prisa en aquellas hojas de papel.
Ante estas acciones, que los allí presentes seguían con atención, el nivel de susurros se incrementó, distinguiéndose entre los mismos algunas expresiones de asombro. Un brillo de emoción apareció en los ojos de los tres amigos, que miraban a aquel hombre fijamente, sin parpadear. Era un trovador…


N. de A. Los capítulos siguientes todavía no han sido escritos. Irán saliendo periódicamente a medida que se escriban.

martes, 21 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 2º

Regreso al cepillo
Aquella aparición repentina en aquel su escondite, que sólo los dos jóvenes amigos conocían, les había dado un buen susto. Allí, sentados en la hierba, miraban con incredulidad al recién llegado, que permanecía de pie, mirándoles con un rostro imperturbable, hasta que una pequeña sonrisa apareció en él.

- Hola que taaal – dijo el padre, en una frase que parecía cualquier cosa menos pregunta.
- Padre Jacobo – repitió Paco, todavía sorprendido – Pero, ¿qué hace aquí? Le hacía de viaje en tierras germanas.
- Así es – comentó el cura, recuperando la seriedad – pero…he vuelto. He vuelto de mi viaje.

Se hizo un breve silencio, de tan sólo un par de segundos, en el que no se oían ni las hasta entonces apuradas respiraciones de los dos jóvenes, pero sí el murmullo de fondo proveniente de la plaza del pueblo.

Un segundo después, el incómodo silencio se rompió. Paco y Ricardo estaban de pie, y se abalanzaban con alegría para abrazar a su joven amigo sacerdote.


- No me lo puedo creer – gritaba Paco con gran felicidad - ¡Qué sorpresa! Ya te echaba de menos, viejo amigo.
- Yo también a vosotros…
-Bueno, tendrás mucho que contarnos, ¿verdad? ¿Qué tal el viaje?
- Pues la verdad es que… - comenzó el cura.
- ¿Y el Papá?¿Has visto al Papa? – volvía a preguntar Paco, sin dejar tiempo a responder,
- Sí, claro…
- Un momento – le detuvo otra vez Paco, muy serio derepente - ¿Es cierto que las germanas están buenas como panes?
- Paco… que soy sacerdote…
- Ah, es cierto… Perdona – se disculpó Paco - Pero cuéntanos, ¿cómo has vuelto tan pronto?
- Bueno, tuve que volver urgentemente para hacer unas gestiones…
- Unas gestiones, ¿eh? – Paco estaba feliz – Pero a ver, ¿estaban buenas o no? – Insistía riéndose.

Ricardo, que hacía un rato que había dejado de prestar atención a la conversación, pensando en sus cosas, estaba ahora dando vueltas en círculos frotándose los ojos con las manos.

- Eh, amigos – dijo, volviendo a mirar hacia los otros dos – Me alegro mucho de que el padre nos haya dado esta grata sorpresa, y supongo que tendrá muchas cosas que contar, pero… Me estoy muriendo de sueño. Vámonos a dormir.
- Pero si son las seis de la tarde – respondió Paco, sorprendido.
- Ya, pero es que yo tengo el sueño cambiado.
- Bueno – comentó Jacobo – Podíamos ir a la posada a tomar algo, y mientras os cuento mi viaje. Yo también estoy algo cansado, después de tantas jornadas para volver aquí.
- Pues que no se hable más – dijo Ricardo, empezando a caminar.
- ¡Buf! Pues vaya excremento – protestó Paco, siguiendo a su amigo junto a Jacobo – No hemos aprovechado nada el día de mercado.
- Ya veo que seguís con las viejas costumbres – dijo Jacobo, sonriendo - ¿Siguen las mozas del pueblo tan sanas como siempre?
- Jajaja, ahí te he visto, sacerdote – rió Paco.
- Eh, no te pases ni un pelo – dijo el cura, recuperando levemente la seriedad.
- ¡No te mosquees!¡Que es tu trabajo, joder! – siguió mofándose Paco.

En ese mismo instante, mientras los tres amigos bajaban con entusiasmo hacia el pueblo por el sinuoso sendero, una figura desconocida bajaba de su viejo caballo, y después de atarlo en la entrada de la posada, entraba en ella, ante la atenta mirada de vecinos curiosos…

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 1º

Capitulo 1: ¡Son "voyers"!

Eran las cinco de la tarde en un caluroso día de Agosto de algún año de la Alta Edad Media, posiblemente cercano al siglo XII después de Cristo. Mientras Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, luchaba vigoroso al frente de las tropas españolas contra los invasores moros, en otro lugar del Reino, lejos de la batalla, y ajenos a estas disputas, dos jóvenes, de unas veinte primaveras cada uno, caminaban con gran regocijo por un sinuoso camino que recorría una colina situada al lado de su pequeño pueblo, rodeado de frondosa naturaleza.

No era la primera vez q recorrian aquel camino, pues todas las tardes, cuando tomaban un descanso de sus duras tareas campesinas, los dos amigos se aventuraban por esta senda en busca de su pequeño escondite, en lo más alto de la colina, desde el que podían observar sin ser vistos, a la más selecta mercancía femenina, que pululaba de un lado para otro de la plaza central del pueblo, frente a la Iglesia. Esa tarde los dos amigos se precipitaban con más ímpetu todavía, pues sabían con certeza qque hoy más que ningún otro día del mes, la plaza estaría repleta, ya que era día de mercado.

- ¡Ah! Por fin hemos llegado, amigo Ricardo. Date prisa o te lo perderás - El primero de los jóvenes ya estaba sentado, admirando el espectáculo; su compañero llegaba algo cansado.
- Maldita sea, Paco. ¿No podías esperarme un poco...? -Ricardo interrumpió sus protestas - ¡Un momento! ¿No es aquella María, la que nos ofreció peras el otro día, en el campillo del monasterio?
-Es cierto - exclamó Paco entre risas - Que degeneraos...
-Seeee - Ricardo se tumbó rápidamente al lado de su amigo.
-Pues yo prefiero aquella de allí - dijo Paco, señalando hacia una chica que acababa de aparecer en la plaza, y que aparentaba no haber pasado la mayoría de edad.
-¿Te refieres a tu vecina? Pero si es mucho más joven que tú.
-¿Qué dices? A ver, a partir de los 15 ya están en la flor de la vida...
-Bah- Ricardo parecía contrariado-A mí me gustan más maduras.
-Si, ya. Como la duquesa, ¿no? - Paco señalaba entre risas a una mujer que se bajaba con aires de grandeza de un hermoso carro tirado por caballos.
-Bueno, tampoco delires-Ricardo giró la cabeza, justo para ver salir de una casa a otra hermosa mujer- ¡Anda! Mira quien está ahí. Tu amor platónico...
-¿Quién?-Paco buscó nervioso en la direccion en la que miraba Ricardo-Ossstia...Marta... Es que es mucha mujer.
-Joer. No entiendo porqué todos estáis tan empalmados con ella. Tampoco es tanta cosa.
-Es una diosa-Paco seguía mirando hacia Marta embobado. Depronto despertó, cambiando de tema - ¿Y qué pasa contigo? Desde que hemos llegado no has alabado a ninguna fémina, y eso que hoy la plaza está llena.¿Es que piensas salir de la alacena? ¿Te atraen ahora los hombres, amigo del cereal? - Paco adoptaba ahora un aire jocoso.
- ¡Qué cabrón! - Ricardo se abalanzó con un gesto rápido sobre Paco, pero una figura oscura salió de entre unos arbustos cercanos, interrumpiendo la pelea.
- ¡Joven, no blasfemes! -El hombre que acababa de salir de su escondite se sacudió y alisó su sotana.

Los dos jóvenes amigos, asustados por aquella aparición, recuperaron la compostura de un salto, y exclamaron casi al unísono al reconocer a aquel cura:
- ¡Padre Jacobo!