
Había pasado ya más de una semana desde aquellas fiestas de San Caetano, en Portosín, y los más cuerdos todavía recordaban el fervor vivido en aquellas noches de desfase, vicio y perversión... Vino a voluntad para viajar al calor de la incesante música, luces de colores que intentaban iluminar el claro del bosque, y una polvareda inmensa, levantada por los bailes de la masa humana, que aseguraban que al día siguiente, la respiración fuese más difícil que después de varios días viviendo en Pekin...

Pero a pesar de las bajas, a pesar incluso de que algunos no pudieron (o quisieron) cumplir con la profecía, el recuerdo de aquellas noches permanecerá por los siglos de los siglos, en los escritos más longevos de civilizaciones venideras, pues aquellas fiestas de San Caetano, aquel claro en el bosque de eucaliptos en la cima de la montaña a orillas de la Ría de Noia, aquel vino peleón que los presentes se tiraban unos a otros cuando ya no les cabía más en el cuerpo, aquel polvo que ascendía desde el suelo a las fosas nasales... Todo ello, creaban un ambiente único, irrepetible, extraordinario...
Aunque quizá también haya que pensar (pues cabe la posibilidad) que aquellas mágicas e irrepetibles noches, puedan caer irremediablemente en el olvido en poco tiempo, cuando el recuerdo se borre de la mente de la gente con más alcohol, o cuando los mismos muchachos repitan, al año siguiente, otras noches mágicas, cumpliendo (o intentando cumplir) con la leyenda de San Caetano...
1 comentario:
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