viernes, 8 de agosto de 2008

Del Cielo de Cambados, al Infierno de Catoira...

El sol había salido hacía tiempo, y ya pegaba con fuerza en las calles de Cambados. Las gaviotas, hartas de graznar (o como coño quiera que se llame lo que hacen), flotaban tranquilas, dormitando al ritmo de las olas, ahora que la fiesta se había terminado y podían descansar. El paisaje era desolador. Parecía como si un tornado hubiese entrado de lleno en un basurero, desperdigando las bolsas y su contenido por todas partes. Las atracciones de la feria, cerradas a cal y canto, asustaban a cualquiera, aún a plena luz del día. En algunas calles, un fuerte olor a amoníaco, marcaba las zonas de "receso" de la ciudad.

Cuatro sombras caminaban, con rumbo fijo pero cansado, entre las atracciones y las bolsas de botellas a medio terminar. Los brazos caídos, los ojos entrecerrados, la boca seca... Aquellos indicios indicaban que esos hombres no eran de los madrugadores.

Miraron a una zona del palmeral por el cual estaban pasando. En aquel rincón se habían pasado una buena hora hablando con una médicas recién licenciadas, manteniendo conversaciones interesantes y divertidas, que camuflaban sus verdaderas e inconscientes intenciones reproductivas... En aquel otro rincón, fue donde ellos mismos abastecieron sus atrofiados hígados, buscando estar en el nivel de euforia reinante, antes de dirigirse triunfante a algún garito del pueblo en el que se encontraban.

Siguieron caminando por el paseo marítimo durante unos minutos. Mirando al mar, recordaron algunos momentos de la dura noche pasada. El ligoteo en el palmeral; el "rescate" de un peluche en un puesto de la feria, cuando los secuestradores miraban a otro lado; el momento confuso en las atracciones, dando vueltas hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, y hasta en diagonal... Después de un buen rato, con las últimas fuerzas, llegaron al coche, aparcado a orillas del mar. Un lugar peligroso si se viene en ese estado (de cansancio).

Las energías volvieron con algo de comida que encontraron por ahí, y la música a todo meter. De pronto alcanzaron un nivel de euforia curioso, seguramente causado por la droga que es el sueño. En ese estado estaban cuando un Ford Focus trujing se paró a su lado, y viendo la marcha que llevaban los cuatro chicos, les dijo que fueran a otra fiesta... La fiesta de Catoira...

Al principio no estaban muy convencidos de la idea. Pero a los pocos minutos, como arrastrados por una fuerza invisible, se metieron en los coches, y salieron con lo puesto hacia la famosa fiesta de Catoira, sin saber en realidad lo que allí les aguardaba...

La idea que tenían es que tardarían unos cinco minutos en llegar, pues supuestamente estaba al lado... Cinco minutos después, todavía les quedaba otros 25 para llegar al pueblo vecino. La monotonía del coche, unido a que eran las diez de la mañana y no habían pegado ojo en 24 horas, hacía peligrar la seguridad de los protagonistas... Algún volantazo por aquí, unos cuantos claxones por allá, las bandas sonoras de los lados de la carretera, y los gritos de los copilotos, evitaron la tragedia...

Por fin en Catoira, se dispusieron a pasar unas cuantas horas más de fiesta desenfrenada. Dejaron los coches y fueron caminando hasta la zona de la fiesta, situada en un paraje extraordinario, a pesar de que alguien tuvo la grotesca idea de poner un puente por encima de la zona. Los restos de unos torreones del medievo se alzaban majestuosos en la rivera del río,guardando el paisaje verde y azul, sólo manchado por el citado puente de la nacional que lo sobrevuela. Un paisaje majestuoso.

Tras tres horas en aquel lugar, los torreones podían ser de oro con incrustaciones de zafiros y rubíes, las colinas de nata y el río de chocolate. Daba lo mismo, porque allí fiesta, lo que se dice fiesta, no había. Sólo había un Sol del tamaño de la bola de la Fuerza Universal de Son Goku... Sedientos, cansados, al borde de la lipotimia, los cuatro amigos esperaban el momento álgido de la fiesta, con más fé que esperanzas de que aquello pudiese darles ganas de celebrar lo que fuese... La ingente cantidad de personas que se acumulaban en ambas orillas del río parecía indicar que aquello iba a ser la repera. Y entonces, por fin llegó el esperado momento, para el cual estuvieron esperando tres horas, al sol, sin comida ni bebida... Bueno, sólo la bebida de la noche anterior... El espectáculo ya podía ser bueno.

Tres barcos de apariencia vikinga, gente vestida de vikinga a bordo con más copas encima que una baraja española gritando como desgraciados, una vuelta por delante de los cientos de personas que observaban el percal y (sisi) aplaudían y animaban a los que iban en los barcos, el desembarco delante de varias cámaras de televión, revolcándose por el barro y tirando algas a la gente, y... Y nada más. Ya está. Aquello fue todo.

Medio inconscientes, con la sensación de que todo aquello era un sueño de los raros, casi sin poder pronunciar palabra tras lo que acababan de presenciar, los cuatro amigos se levantaron, y sacando fuerzas para huir de aquel lugar, se marcharon comentando la situación, verificando que lo que acababa de pasar, era real.

De camino al coche, un reportero de televisión seguido de un cámara, viendo el miedo en sus caras, les paró para hacerles unas preguntas, que pueden resumir el sentimiento que se les quedó después de aquello, cuando pasaba de la una de la tarde...

Periodista: ¿Primera vez en Catoira?
Individuo: Si...
P: Y ¿que te ha parecido?
I: Impresionante... No tengo palabras...
P: Pero... ¿Te ha gustado?
I: Pues bueno... Que tanta gente venga hasta aquí para ver a 40 frikis borrachos revolcarse por el barro, es algo increíble...
P (pensando, con media sonrisa en la cara): Algo de razón tiene...
I: ...bueno, es una tradición y eso es lo importante...
P: Aham... ¿De dónde eres?
I: De...

1 comentario:

Borja dijo...

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BBP.