Paco volvió corriendo a sentarse de nuevo con sus amigos. El resto de la gente apartó la mirada del trovador, que hasta aquel momento era el centro de atención, y que ahora permanecía de pie, sólo, mirando a su alrededor, preguntándose qué es lo que había hecho que la gente dejase de prestarle atención. Su anuncio de que buscaba actores para una obra de teatro había creado expectación entre los aldeanos, pero algo más importante les había hecho darse la vuelta y hacer como si no estuviese presente. La puerta de la taberna se abrió de par en par, y un pequeño hombrecillo vestido con limpias ropas rojas hizo aparición. Avanzó unos pasos hacia el interior, muy erguido y sin apenas mirar a la gente, y con un tono respingón y una voz aflautada dijo solemnemente:
- Hace entrada el Archiduque de Joseph y Joseph... - y tras sus palabras, se hizo a un lado, y apareció el susodicho Archiduque, vestido con ropas y joyas que indicaban su ascendencia noble, mirando a su alrededor con sonrisa malévola.
- ¡Buenos días a todos! - gritó buscando atención, a lo que obtuvo como respuesta un leve murmullo de la gente, que apenas osaba mirarle.
El Archiduque avanzó, pero cuando apenas había dado unos pasos, se detuvo en seco, dándose cuenta que alguien le observaba levantado y sin disimulo desde un rincón del local, con una expresión de curiosidad en su rostro.
- ¿Y tu quién eres? - le espetó el Archiduque despectivamente.
El trovador se había quedado mudo ante la pomposa escena que había presenciado, y dudó en responder, por miedo a que le entrase la risa floja.
- ¿Acaso TÚ no sabes quién soy YO? ¡Te ordeno que me contestes! - el Archiduque dio un paso al frente, amenazante.
- Es un forastero que está de paso por nuestro pueblo - la voz provenía del otro lado de la taberna.
El Archiduque se volvió con rostro serio, buscando la proveniencia de la respuesta. Su mirada se fijó en el único rostro que le miraba. Ricardo le pegó un codazo a Paco, que no había podido contenerse ante el acoso del noble. Éste se dirigió hacia la mesa de los tres amigos, que se encogían mientras el Archiduque se acercaba.
- ¿Te he preguntado algo a tí, sabandija? - le increpó mientras se acercaba. Cuando estuvo frente a él, se detuvo y esbozó una leve sonrisa - No eres más que la peste de este pueblo (N. de A. Por aquel entonces el cáncer estaba menos extendido).
Ante esta frase, Paco se levantó con expresión seria, y extendió su brazo artísticamente, con el dedo índice señalando la puerta, y entonces comenzó a decir:
- Fuera de... - pero antes de que pudiese terminar su frase, el cura Jacobo, que observaba la escena con temor, se levantó rápidamente e interrumpió a Paco.
- Mi señor, mi amigo Francisco no quería ser impertinente, sólo pretendía ayudarle a saber... - pero él también fue interrumpido, esta vez por el propio Archiduque.
- ¡Padre Jacobo! - exclamó sonriente - No sabía que había vuelto usted. ¿Cómo le ha ido en su viaje?
- Muy bien, ha sido muy... - comenzó Jacobo.
- ¿Ha visto al Papa?
- Si, de hecho... - Jacobo contestaba de nuevo, pero el Archiduque le volvía a interrumpir.
- Y ¿cómo se llamaba esta monja que escribía...? - el Archiduque pensó un momento - ¡Oh sí! ¡Teresa de Jesús! ¿Está buena...? - esta vez el cura interrumpió a Joseph bruscamente.
- ¡¡SANTA Teresa de Jesús!!
Un breve silencio se hizo en la taberna. Todos miraban al padre Jacobo que, alterado, miraba amenazante al Archiduque, que le devolvía la mirada, serio y con una ceja levantada.
- Sí. Santa... Por supuesto... - dijo, dándose la vuelta, y dirigiéndose de nuevo hacia el trovador. Olvidándose de Paco, que seguía de pie, con el brazo todavía señalando hacia la puerta, mirando boquiabierto a su amigo cura, por la osadía que había demostrado. Dándose cuenta que se había librado de una posible represalia del Archiduque por su "impertinente" intervención, Paco bajó su brazo y se sentó en su sitio rápidamente, agradeciéndole al cura con la mirada por haber detenido su frase a tiempo.
- ¡Tú! - el Archiduque señalaba al trovador, que no se inmutó ante la increpación - ¿Qué has venido a hacer aquí y por qué no he sabido nada de tu llegada?
- Bueno, yo... - el trovador no sabía muy bien qué responder.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Guillaume de Bergerac - dijo con un extraño acento.
- ¿Gui-qué? - preguntó Joseph con cara de asco.
- Guillaume (N. de A. Pronunciado Guiom) - respondió el extraño, lentamente, abriendo mucho la boca.
- Que nombre más extraño. ¿Y de donde vienes, Guión? - preguntó Joseph, con cara de burla.
- De la France.
- ¿Qué? - todos fruncieron el ceño al no entender, al tiempo que Joseph hacía la pregunta.
- Del nogte de Fgansia - respondió Guillaume, señalando hacia arriba con las manos.
Todos parecieron comprender menos el Archiduque, que miró a su esbirro buscando una respuesta. Este se acercó y le sopló la respuesta al oído.
- ¡¿Francia?! - exclamó Joseph contrariado - ¿Y a qué has venido a hacer aquí desde tan lejos?
- Pues he venido aquí por estoy buscando... - pero una vez más, Guillaume fue interrumpido por las trompetas anunciadoras, ante lo cual levantó las cejas en gesto de resignación y se sentó. Esta vez, el rostro que mostraba preocupación era el del Archiduque de Joseph y Joseph...
- Hace entrada el Archiduque de Joseph y Joseph... - y tras sus palabras, se hizo a un lado, y apareció el susodicho Archiduque, vestido con ropas y joyas que indicaban su ascendencia noble, mirando a su alrededor con sonrisa malévola.
- ¡Buenos días a todos! - gritó buscando atención, a lo que obtuvo como respuesta un leve murmullo de la gente, que apenas osaba mirarle.
El Archiduque avanzó, pero cuando apenas había dado unos pasos, se detuvo en seco, dándose cuenta que alguien le observaba levantado y sin disimulo desde un rincón del local, con una expresión de curiosidad en su rostro.
- ¿Y tu quién eres? - le espetó el Archiduque despectivamente.
El trovador se había quedado mudo ante la pomposa escena que había presenciado, y dudó en responder, por miedo a que le entrase la risa floja.
- ¿Acaso TÚ no sabes quién soy YO? ¡Te ordeno que me contestes! - el Archiduque dio un paso al frente, amenazante.
- Es un forastero que está de paso por nuestro pueblo - la voz provenía del otro lado de la taberna.
El Archiduque se volvió con rostro serio, buscando la proveniencia de la respuesta. Su mirada se fijó en el único rostro que le miraba. Ricardo le pegó un codazo a Paco, que no había podido contenerse ante el acoso del noble. Éste se dirigió hacia la mesa de los tres amigos, que se encogían mientras el Archiduque se acercaba.
- ¿Te he preguntado algo a tí, sabandija? - le increpó mientras se acercaba. Cuando estuvo frente a él, se detuvo y esbozó una leve sonrisa - No eres más que la peste de este pueblo (N. de A. Por aquel entonces el cáncer estaba menos extendido).
Ante esta frase, Paco se levantó con expresión seria, y extendió su brazo artísticamente, con el dedo índice señalando la puerta, y entonces comenzó a decir:
- Fuera de... - pero antes de que pudiese terminar su frase, el cura Jacobo, que observaba la escena con temor, se levantó rápidamente e interrumpió a Paco.
- Mi señor, mi amigo Francisco no quería ser impertinente, sólo pretendía ayudarle a saber... - pero él también fue interrumpido, esta vez por el propio Archiduque.
- ¡Padre Jacobo! - exclamó sonriente - No sabía que había vuelto usted. ¿Cómo le ha ido en su viaje?
- Muy bien, ha sido muy... - comenzó Jacobo.
- ¿Ha visto al Papa?
- Si, de hecho... - Jacobo contestaba de nuevo, pero el Archiduque le volvía a interrumpir.
- Y ¿cómo se llamaba esta monja que escribía...? - el Archiduque pensó un momento - ¡Oh sí! ¡Teresa de Jesús! ¿Está buena...? - esta vez el cura interrumpió a Joseph bruscamente.
- ¡¡SANTA Teresa de Jesús!!
Un breve silencio se hizo en la taberna. Todos miraban al padre Jacobo que, alterado, miraba amenazante al Archiduque, que le devolvía la mirada, serio y con una ceja levantada.
- Sí. Santa... Por supuesto... - dijo, dándose la vuelta, y dirigiéndose de nuevo hacia el trovador. Olvidándose de Paco, que seguía de pie, con el brazo todavía señalando hacia la puerta, mirando boquiabierto a su amigo cura, por la osadía que había demostrado. Dándose cuenta que se había librado de una posible represalia del Archiduque por su "impertinente" intervención, Paco bajó su brazo y se sentó en su sitio rápidamente, agradeciéndole al cura con la mirada por haber detenido su frase a tiempo.
- ¡Tú! - el Archiduque señalaba al trovador, que no se inmutó ante la increpación - ¿Qué has venido a hacer aquí y por qué no he sabido nada de tu llegada?
- Bueno, yo... - el trovador no sabía muy bien qué responder.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Guillaume de Bergerac - dijo con un extraño acento.
- ¿Gui-qué? - preguntó Joseph con cara de asco.
- Guillaume (N. de A. Pronunciado Guiom) - respondió el extraño, lentamente, abriendo mucho la boca.
- Que nombre más extraño. ¿Y de donde vienes, Guión? - preguntó Joseph, con cara de burla.
- De la France.
- ¿Qué? - todos fruncieron el ceño al no entender, al tiempo que Joseph hacía la pregunta.
- Del nogte de Fgansia - respondió Guillaume, señalando hacia arriba con las manos.
Todos parecieron comprender menos el Archiduque, que miró a su esbirro buscando una respuesta. Este se acercó y le sopló la respuesta al oído.
- ¡¿Francia?! - exclamó Joseph contrariado - ¿Y a qué has venido a hacer aquí desde tan lejos?
- Pues he venido aquí por estoy buscando... - pero una vez más, Guillaume fue interrumpido por las trompetas anunciadoras, ante lo cual levantó las cejas en gesto de resignación y se sentó. Esta vez, el rostro que mostraba preocupación era el del Archiduque de Joseph y Joseph...
1 comentario:
Que bueno...jajjaajajaja,esta molando mucho esta continuacion, sigue asi.
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