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jueves, 25 de octubre de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 6º

Orgullo y honor.
Las trompetas dejaron de sonar por segunda vez, después de interrumpir las explicaciones que Guillaume trataba de darle al Archiduque Joseph. De nuevo se hizo un silencio en la taberna, y esta vez era un silencio más tenso que cuando el Archiduque hizo aparición. Los vecinos sabían que, con el Archiduque allí presente, sólo había una persona que podía ser anunciada de aquella manera.

La puerta de la oscura taberna se volvía a abrir dejando entrar la claridad exterior, a la vez que otro hombrecillo amanerado, muy parecido al que antes había anunciado al Archiduque, hacía aparición:

- Hace entrada... - comenzó con una voz característica el hombrecillo, al tiempo que los presentes aguantaban la respiración - ... el excelentísimo Conde Luis de Martínez y Barbosa y Baladrón y... y eso es todo...
- Muy gracioso, Rasputín - se pudo oir desde fuera, con tono severo. Dicho esto, el susodicho Conde avanzó al interior de la taberna con paso firme, y con un sonido metálico a cada paso que daba, pues portaba una pequeña armadura de acero, además de una gran espada, y quién sabe cuantas monedas de oro en sus bolsillos.

- Buenos días, señor Conde Luis - saludó el Archiduque, al tiempo que hacía una leve reverencia.
- Buenos a tí, Archiduque Joseph.
- ¿A qué se debe vuestra visita? - preguntó el Archiduque, con un tono más suave que con el que se había dirigido al resto de la gente.
- ¿Es que acaso tengo que pedirte permiso para entrar aquí? - contestó el Conde, malhumorado.- Tabernero, ponme algo suave, que tengo el hígado hecho trizas.
- ¿Hecho trizas? Pero si ayer bebía hasta del abrebadero...- el Archiduque se calló al ver que el Conde le miraba seriamente.
- Sé lo que hice ayer... Pero hoy es otro día - dijo el Conde, mirando hacia el infinito - Le prometí a una damisela que dejaría de beber, que me comportaría, que no volvería a... - De pronto se detuvo mirando a su alrededor - ... Bueno, que dejaría de hacer cierto tipo de cosas... Y una promesa es una promesa, y por el honor y el orgullo de mi linaje, pienso cumplir mi promesa, en esta vida y en las que vengan... - Dicho esto, alzó su anillado puño al aire, ante la atenta mirada de la gente, boquiabierta ante aquel monólogo.

Desde el fondo de la posada se comenzaron a escuchar los aplausos de un par de manos. Toda la posada se volvió rápidamente para hallar la fuente de tan atrevida interrupción, y pudieron descubir al trovador, que había contemplado la escena como el resto, y le había emocionado hasta tal punto, que se había levantado de su asiento sonriente y aplaudía fervorosamente...

- ¡¡Magnífico!! - exclamó - Ha sido impgesionante.
- ¿Quién es ese majadero? - preguntó el Conde con un gesto de desagrado.
- Ha sido una actuasión magavillosa, señog - continuaba Guillaume, inconsciente de su impertinencia. - ¿Le gustaguía seg actog paga mí?
- ¿Actog? Pero, ¿qué demonios estás diciendo? - el Conde estaba cada vez más confuso y enfadado.
- Creo que lo que quiere decir es si le gustaría ser actor - comentó el Archiduque - Me parece que este hombre es un trovador francés. Le estaba interrogando justo cuando usted...
- ¡¿Actor?! - espetó el Conde - ¿Este mequetrefe gabacho me pregunta si quiero ser actor?
- Así es...
- Pero ¿qué demonios se ha creído? - La gente trataba de mirar hacia otro lado, mientras el Conde avanzaba lentamente hacia Guillaume, que seguía sonriendo. - ¿Cree que puede llegar aquí, sin pedirme permiso, y reirse en mi cara de aquesta manera?
- ¿Gueig? ¡Oh! Si, si. Teatgo hase mucha guisa - Guillaume no pillaba al Conde...

El conde se dio la vuelta, irritado, y miró hacia el archiduque conteniendo su rabia.
- Prepara la guillotina - le dijo entre dientes - Esta noche tenemos un aspirante de fuera...
- Como pida vuesa merced - dijo el Archiduque devolviéndole la mirada al Conde y esbozando una ligera sonrisa - Prepararemos la guillotina...

Y a pesar de la discreción de los nobiliarios, alguien de los que estaban sentados en una mesa cercana escuchó claramente la palabra "guillotina". El Conde, el Archiduque y sus secuaces se dirigían ya hacia el exterior sin mediar más palabras. Pero antes de que hubiesen cruzado el umbral de la puerta, el chico que les había escuchado había pasado el rumor a todos los que tenía a su alrededor. Muchos se pusieron en pie y, sin dudarlo, gritaron a un tiempo:

- ¡¡No queremos más guillotinas!! ¡¡Morte ó exército nobiliario!! - Y antes de que los nobles se hubiesen dado la vuelta para ver la cara de los alborotadores, el resto de los presentes se había puesto en pie, gritando al unísono:
- ¡¡Morte, morte, morte...!!
- ¡¡Pagaréis por esto, paganos!! ¡¡Os lo prometo!! - les gritó el Archiduque, enrabietado ante la situación.

lunes, 27 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 5º

Tú no sabes quien soy yo.
Paco volvió corriendo a sentarse de nuevo con sus amigos. El resto de la gente apartó la mirada del trovador, que hasta aquel momento era el centro de atención, y que ahora permanecía de pie, sólo, mirando a su alrededor, preguntándose qué es lo que había hecho que la gente dejase de prestarle atención. Su anuncio de que buscaba actores para una obra de teatro había creado expectación entre los aldeanos, pero algo más importante les había hecho darse la vuelta y hacer como si no estuviese presente. La puerta de la taberna se abrió de par en par, y un pequeño hombrecillo vestido con limpias ropas rojas hizo aparición. Avanzó unos pasos hacia el interior, muy erguido y sin apenas mirar a la gente, y con un tono respingón y una voz aflautada dijo solemnemente:
- Hace entrada el Archiduque de Joseph y Joseph... - y tras sus palabras, se hizo a un lado, y apareció el susodicho Archiduque, vestido con ropas y joyas que indicaban su ascendencia noble, mirando a su alrededor con sonrisa malévola.
- ¡Buenos días a todos! - gritó buscando atención, a lo que obtuvo como respuesta un leve murmullo de la gente, que apenas osaba mirarle.

El Archiduque avanzó, pero cuando apenas había dado unos pasos, se detuvo en seco, dándose cuenta que alguien le observaba levantado y sin disimulo desde un rincón del local, con una expresión de curiosidad en su rostro.

- ¿Y tu quién eres? - le espetó el Archiduque despectivamente.

El trovador se había quedado mudo ante la pomposa escena que había presenciado, y dudó en responder, por miedo a que le entrase la risa floja.
- ¿Acaso TÚ no sabes quién soy YO? ¡Te ordeno que me contestes! - el Archiduque dio un paso al frente, amenazante.
- Es un forastero que está de paso por nuestro pueblo - la voz provenía del otro lado de la taberna.

El Archiduque se volvió con rostro serio, buscando la proveniencia de la respuesta. Su mirada se fijó en el único rostro que le miraba. Ricardo le pegó un codazo a Paco, que no había podido contenerse ante el acoso del noble. Éste se dirigió hacia la mesa de los tres amigos, que se encogían mientras el Archiduque se acercaba.

- ¿Te he preguntado algo a tí, sabandija? - le increpó mientras se acercaba. Cuando estuvo frente a él, se detuvo y esbozó una leve sonrisa - No eres más que la peste de este pueblo (N. de A. Por aquel entonces el cáncer estaba menos extendido).

Ante esta frase, Paco se levantó con expresión seria, y extendió su brazo artísticamente, con el dedo índice señalando la puerta, y entonces comenzó a decir:

- Fuera de... - pero antes de que pudiese terminar su frase, el cura Jacobo, que observaba la escena con temor, se levantó rápidamente e interrumpió a Paco.
- Mi señor, mi amigo Francisco no quería ser impertinente, sólo pretendía ayudarle a saber... - pero él también fue interrumpido, esta vez por el propio Archiduque.
- ¡Padre Jacobo! - exclamó sonriente - No sabía que había vuelto usted. ¿Cómo le ha ido en su viaje?
- Muy bien, ha sido muy... - comenzó Jacobo.
- ¿Ha visto al Papa?
- Si, de hecho... - Jacobo contestaba de nuevo, pero el Archiduque le volvía a interrumpir.
- Y ¿cómo se llamaba esta monja que escribía...? - el Archiduque pensó un momento - ¡Oh sí! ¡Teresa de Jesús! ¿Está buena...? - esta vez el cura interrumpió a Joseph bruscamente.
- ¡¡SANTA Teresa de Jesús!!

Un breve silencio se hizo en la taberna. Todos miraban al padre Jacobo que, alterado, miraba amenazante al Archiduque, que le devolvía la mirada, serio y con una ceja levantada.

- Sí. Santa... Por supuesto... - dijo, dándose la vuelta, y dirigiéndose de nuevo hacia el trovador. Olvidándose de Paco, que seguía de pie, con el brazo todavía señalando hacia la puerta, mirando boquiabierto a su amigo cura, por la osadía que había demostrado. Dándose cuenta que se había librado de una posible represalia del Archiduque por su "impertinente" intervención, Paco bajó su brazo y se sentó en su sitio rápidamente, agradeciéndole al cura con la mirada por haber detenido su frase a tiempo.

- ¡Tú! - el Archiduque señalaba al trovador, que no se inmutó ante la increpación - ¿Qué has venido a hacer aquí y por qué no he sabido nada de tu llegada?
- Bueno, yo... - el trovador no sabía muy bien qué responder.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Guillaume de Bergerac - dijo con un extraño acento.
- ¿Gui-qué? - preguntó Joseph con cara de asco.
- Guillaume (N. de A. Pronunciado Guiom) - respondió el extraño, lentamente, abriendo mucho la boca.
- Que nombre más extraño. ¿Y de donde vienes, Guión? - preguntó Joseph, con cara de burla.
- De la France.
- ¿Qué? - todos fruncieron el ceño al no entender, al tiempo que Joseph hacía la pregunta.
- Del nogte de Fgansia - respondió Guillaume, señalando hacia arriba con las manos.

Todos parecieron comprender menos el Archiduque, que miró a su esbirro buscando una respuesta. Este se acercó y le sopló la respuesta al oído.

- ¡¿Francia?! - exclamó Joseph contrariado - ¿Y a qué has venido a hacer aquí desde tan lejos?
- Pues he venido aquí por estoy buscando... - pero una vez más, Guillaume fue interrumpido por las trompetas anunciadoras, ante lo cual levantó las cejas en gesto de resignación y se sentó. Esta vez, el rostro que mostraba preocupación era el del Archiduque de Joseph y Joseph...

sábado, 25 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 4º

El "homgue misteguioso"
Los tres amigos no salían de su asombro, al igual que el resto de los presentes en la posada. En aquella época de ignorancia en la que vivían, era extraño encontrar a alguien que supiese leer o escribir, a excepción de algunos afortunados pertenecientes al clero y alguno que otro de la nobleza. Así que ver a alguien que no fuese de esos grupos elitistas utilizando con tanta maestría la pluma y el papel era una escena de lo más extraña para los que la presenciaban.

- ¿Creéis que ha venido a contar historias? - Ricardo estaba excitado.
- A lo mejor sólo está de paso - comentó el padre Jacobo.
- ¿De paso? - respondió Ricardo incrédulo - Entonces está algo perdido. Por aquí no se va a ninguna parte. ¿De dónde vendrá?
- A ver - Paco perdía la paciencia - Eso se pregunta y punto.

Y dicho esto, Paco se levantó de su asiento y se acercó lentamente a la mesa del forastero, que seguía sumido en sus escrituras, rodeado del humo de su pipa. Los demás seguían los hechos con atención, conteniendo la respiración.

- Disculpe... - Espetó Paco, una vez estuvo situado al lado del misterioso hombre. Pero el humo de la pipa (que iba misteriosamente hacia Paco aunque éste se moviese) interrumpió su pregunta y le asfixió temporalmente. Cuando recuperó el aire, continuó - Mis amigos y yo estábamos preguntándonos porqué está usted en nuestro pueblo... ¿Va a dar una función? - Preguntó entre toses.

El hombre parecía no escucharle. Paco no sabía qué hacer, y miró hacia la mesa donde estaban los otros dos haciéndole gestos con las manos. El cura le indicaba que le tocase el hombro, mientras que Ricardo hacía gestos obscenos por detrás, provocandola risa de Paco, que casi no pudo evitar la carcajada. Recuperando la seriedad, Paco decidió hacerle caso a Jacobo.

- Disculpe - repitió, al mismo tiempo que apoyaba su mano en el hombro del recién llegado y volvía a toser. Casi al instante, el hombre pareció despertar de su concentración de un bote en su silla, soltando un pequeño grito que hizo saltar a su vez al resto de los allí presentes. Con el susto, todos los bártulos de aquel hombre se tambalearon sobre la mesa.
- ¡¿Qué quiegues?! - le soltó airado a Paco, cuando consiguió detener el tambaleo de su bote de tinta.
- ¿Es usted trovador? - preguntó Paco, mientras la tensión crecía en el ambiente.
- ¿"Tgovadog"? - Repitió el extraño, con un pequeño defecto en el habla.
- ¿Qué? Digo que si es trovador.
- Si, "tgobadog" - Paco se volvió a sus amigos arqueando las cejas y encogiéndose de hombros. Ricardo estaba encongido de la risa.
- ¿A qué ha venido hasta nuestro pueblo? - Paco volvía a intentarlo.
- Estoy buscando "actogues" - le contestó seriamente el hombre - Son "paga" mi "obga".
- ¿Actogues? - Paco estaba algo confuso - Desconozco esa palabra. ¿Es un tipo de árbol?
-¿Qué? ¡No! - Ahora el que estaba confuso era el forastero, que fruncía el ceño - Actogues de teatgo. ¡Quiego haseg una funsión teatgal!

Estas últimas palabras las pronunció solemnemente, hablando un poco más fuerte, y miró hacia el resto de la gente con una leve sonrisa, esperando una reacción. Pero los aldeanos sólo intercambiaron miradas de incomprensión, y el forastero recuperó la seriedad, ofuscado. Pero uno de los presentes había reaccionado de forma distinta, habiendo entendido lo que el forastero quería decir.

- ¡Ya sé lo que quiere decir! - todos se giraron hacia el padre Jacobo, que ahora estaba de pie, sonriente - ¡Está buscando actores para una obra de teatro!
- ¡Sí, teatgo, eso es! - el forastero sonreía ahora, aliviado.

Después de un breve silencio, en el que todos permencían mirando hacia el trovador sin parpadear como procesando la información que les había llegado, el nivel de mumullos se incrementó hasta ser casi ensordecedor. Pero de pronto, por encima del barullo provocado por la excitación que se vivía en la posada, sonidos de trompetas provenientes del exterior, que anunciaban la llegada de alguien importante, silenciaron de nuevo a todos los aldeanos, que comenzaron a mirarse con cara de preocupación... El señor de las tierras había llegado al pueblo...

N. de A. Recordad que tenéis hasta mañana Domingo 26 para votar en la encuesta del margen derecho, para decidir quién será el "noble malo", que hará su aparición en el próximo episodio...

viernes, 24 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 3º

El extraño forastero
Cuando los tres amigos cruzaron el umbral de la puerta de la posada del pueblo, se encontraron un ambiente muy diferente al que había allí habitualmente. El barullo de gente charlando de sus quehaceres y los gritos del borracho de turno pidiendo otro vino para suavizar su continua resaca, habían sido sustituidos por un pequeño murmullo constante, resultante de los cuchicheos que ahora se daban entre los consumidores, y que quedaba bastante extraño tras haber cruzado el jaleo de la ajetreada plaza. Más extraño aún dada la numerosa cantidad de gente que había allí dentro.
En un día como aquel, ese ambiente de secretismo en la posada era muy inusual, y sólo podía estar causado por la presencia de algo, o más bien alguien, al que los vecinos desconocían.
Con sólo echar un vistazo al interior de la posada, los tres jóvenes que acababan de entrar supieron de inmediato de qué se trataba. Y es que todas las miradas de la abarrotada posada se dirigían sin disimulo hacia un punto concreto de la misma, hacia una mesa y una silla, situados en una oscura esquina del local, y en la cual había un hombre sentado, que parecía absorto, y era ajeno a los cuchicheos que le rodeaban.
En aquel pequeño pueblo, situado entre escarpadas montañas inundadas de vegetación que impedían un fácil acceso desde el exterior, no era normal recibir visitas desconocidas. Cada cierto tiempo, algún comerciante de pueblos vecinos se acercaba hasta allí para intercambiar algo, aunque más bien eran los vecinos de este pueblo quienes visitaban a los otros; además, los pocos comerciantes que se acercaban aquí siempre eran los mismos, así que la gente los conocía.
Aparte de comerciantes, era raro que por allí pasase alguien forastero. Alguna vez llegó un soldado que se había perdido… Pero le gustó tanto el lugar que desertó y se terminó quedando, y ahora está buscado por las autoridades…

- ¿Quién pensáis que será? – susurró Ricardo, nervioso, acercándose a sus amigos para que le escuchasen bien.
- No sé – respondió Jacobo en el mismo tono – Puede que sea un peregrino… Bueno, vale – prosiguió ante la mirada incrédula de los otros dos – Puede que no estemos en el camino, pero ya sabéis que todos los caminos llevan a Roma.
- Quizá sea del ejército… - comentó Paco, sin cuidar el tono de su voz, ante lo cual sus amigos le hicieron gestos para que bajase el volumen.
- Joder, Paco – le riñó Ricardo – a ver cuando agudizas el sentido del susurro, que nos va a oír.
- No creo que sea soldado – continuó Jacobo – Sus vestimentas no son cómodas para luchar, y no tiene una gran forma física… Además, ¿dónde se ha visto un soldado sin espada?
- Bueno – dijo Paco, intentando susurrar sin demasiado éxito– Mejor que tengas razón. Mi padre llegó a este pueblo hace muchos años ya, pero el ejército del rey todavía no le ha perdonado.
- No te preocupes – le animó Ricardo – Mira, para coger a tu padre el ejército tendría que mandar algo más que un pobre tirillas y su viejo caballo.
- Espero que tengas razón – las palabras de Paco no sonaban muy convencidas – Ojalá tuviésemos un aparato volador que nos permitiese irnos lejos de aquí y volver cuando quisiéramos…

Mientras los jóvenes conversaban sobre el forastero, como hacían los demás vecinos que se encontraban en la posada, éste había terminado su bebida y, despertando de su ensimismamiento, había cogido un pequeño saco que llevaba colgado de la cintura. Lo abrió, y de él extrajo una pequeña pipa de madera labrada, y lo que parecía ser una pluma de escribir y un montón de papeles arrugados y amarillentos. Encendió su pipa tranquilamente, se acomodó en su asiento, y comenzó a pasar la mirada por encima de unas toscas letras que habían sido escritas con prisa en aquellas hojas de papel.
Ante estas acciones, que los allí presentes seguían con atención, el nivel de susurros se incrementó, distinguiéndose entre los mismos algunas expresiones de asombro. Un brillo de emoción apareció en los ojos de los tres amigos, que miraban a aquel hombre fijamente, sin parpadear. Era un trovador…


N. de A. Los capítulos siguientes todavía no han sido escritos. Irán saliendo periódicamente a medida que se escriban.

martes, 21 de agosto de 2007

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 2º

Regreso al cepillo
Aquella aparición repentina en aquel su escondite, que sólo los dos jóvenes amigos conocían, les había dado un buen susto. Allí, sentados en la hierba, miraban con incredulidad al recién llegado, que permanecía de pie, mirándoles con un rostro imperturbable, hasta que una pequeña sonrisa apareció en él.

- Hola que taaal – dijo el padre, en una frase que parecía cualquier cosa menos pregunta.
- Padre Jacobo – repitió Paco, todavía sorprendido – Pero, ¿qué hace aquí? Le hacía de viaje en tierras germanas.
- Así es – comentó el cura, recuperando la seriedad – pero…he vuelto. He vuelto de mi viaje.

Se hizo un breve silencio, de tan sólo un par de segundos, en el que no se oían ni las hasta entonces apuradas respiraciones de los dos jóvenes, pero sí el murmullo de fondo proveniente de la plaza del pueblo.

Un segundo después, el incómodo silencio se rompió. Paco y Ricardo estaban de pie, y se abalanzaban con alegría para abrazar a su joven amigo sacerdote.


- No me lo puedo creer – gritaba Paco con gran felicidad - ¡Qué sorpresa! Ya te echaba de menos, viejo amigo.
- Yo también a vosotros…
-Bueno, tendrás mucho que contarnos, ¿verdad? ¿Qué tal el viaje?
- Pues la verdad es que… - comenzó el cura.
- ¿Y el Papá?¿Has visto al Papa? – volvía a preguntar Paco, sin dejar tiempo a responder,
- Sí, claro…
- Un momento – le detuvo otra vez Paco, muy serio derepente - ¿Es cierto que las germanas están buenas como panes?
- Paco… que soy sacerdote…
- Ah, es cierto… Perdona – se disculpó Paco - Pero cuéntanos, ¿cómo has vuelto tan pronto?
- Bueno, tuve que volver urgentemente para hacer unas gestiones…
- Unas gestiones, ¿eh? – Paco estaba feliz – Pero a ver, ¿estaban buenas o no? – Insistía riéndose.

Ricardo, que hacía un rato que había dejado de prestar atención a la conversación, pensando en sus cosas, estaba ahora dando vueltas en círculos frotándose los ojos con las manos.

- Eh, amigos – dijo, volviendo a mirar hacia los otros dos – Me alegro mucho de que el padre nos haya dado esta grata sorpresa, y supongo que tendrá muchas cosas que contar, pero… Me estoy muriendo de sueño. Vámonos a dormir.
- Pero si son las seis de la tarde – respondió Paco, sorprendido.
- Ya, pero es que yo tengo el sueño cambiado.
- Bueno – comentó Jacobo – Podíamos ir a la posada a tomar algo, y mientras os cuento mi viaje. Yo también estoy algo cansado, después de tantas jornadas para volver aquí.
- Pues que no se hable más – dijo Ricardo, empezando a caminar.
- ¡Buf! Pues vaya excremento – protestó Paco, siguiendo a su amigo junto a Jacobo – No hemos aprovechado nada el día de mercado.
- Ya veo que seguís con las viejas costumbres – dijo Jacobo, sonriendo - ¿Siguen las mozas del pueblo tan sanas como siempre?
- Jajaja, ahí te he visto, sacerdote – rió Paco.
- Eh, no te pases ni un pelo – dijo el cura, recuperando levemente la seriedad.
- ¡No te mosquees!¡Que es tu trabajo, joder! – siguió mofándose Paco.

En ese mismo instante, mientras los tres amigos bajaban con entusiasmo hacia el pueblo por el sinuoso sendero, una figura desconocida bajaba de su viejo caballo, y después de atarlo en la entrada de la posada, entraba en ella, ante la atenta mirada de vecinos curiosos…

¿Y si viviésemos en la Edad Media? - Capítulo 1º

Capitulo 1: ¡Son "voyers"!

Eran las cinco de la tarde en un caluroso día de Agosto de algún año de la Alta Edad Media, posiblemente cercano al siglo XII después de Cristo. Mientras Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, luchaba vigoroso al frente de las tropas españolas contra los invasores moros, en otro lugar del Reino, lejos de la batalla, y ajenos a estas disputas, dos jóvenes, de unas veinte primaveras cada uno, caminaban con gran regocijo por un sinuoso camino que recorría una colina situada al lado de su pequeño pueblo, rodeado de frondosa naturaleza.

No era la primera vez q recorrian aquel camino, pues todas las tardes, cuando tomaban un descanso de sus duras tareas campesinas, los dos amigos se aventuraban por esta senda en busca de su pequeño escondite, en lo más alto de la colina, desde el que podían observar sin ser vistos, a la más selecta mercancía femenina, que pululaba de un lado para otro de la plaza central del pueblo, frente a la Iglesia. Esa tarde los dos amigos se precipitaban con más ímpetu todavía, pues sabían con certeza qque hoy más que ningún otro día del mes, la plaza estaría repleta, ya que era día de mercado.

- ¡Ah! Por fin hemos llegado, amigo Ricardo. Date prisa o te lo perderás - El primero de los jóvenes ya estaba sentado, admirando el espectáculo; su compañero llegaba algo cansado.
- Maldita sea, Paco. ¿No podías esperarme un poco...? -Ricardo interrumpió sus protestas - ¡Un momento! ¿No es aquella María, la que nos ofreció peras el otro día, en el campillo del monasterio?
-Es cierto - exclamó Paco entre risas - Que degeneraos...
-Seeee - Ricardo se tumbó rápidamente al lado de su amigo.
-Pues yo prefiero aquella de allí - dijo Paco, señalando hacia una chica que acababa de aparecer en la plaza, y que aparentaba no haber pasado la mayoría de edad.
-¿Te refieres a tu vecina? Pero si es mucho más joven que tú.
-¿Qué dices? A ver, a partir de los 15 ya están en la flor de la vida...
-Bah- Ricardo parecía contrariado-A mí me gustan más maduras.
-Si, ya. Como la duquesa, ¿no? - Paco señalaba entre risas a una mujer que se bajaba con aires de grandeza de un hermoso carro tirado por caballos.
-Bueno, tampoco delires-Ricardo giró la cabeza, justo para ver salir de una casa a otra hermosa mujer- ¡Anda! Mira quien está ahí. Tu amor platónico...
-¿Quién?-Paco buscó nervioso en la direccion en la que miraba Ricardo-Ossstia...Marta... Es que es mucha mujer.
-Joer. No entiendo porqué todos estáis tan empalmados con ella. Tampoco es tanta cosa.
-Es una diosa-Paco seguía mirando hacia Marta embobado. Depronto despertó, cambiando de tema - ¿Y qué pasa contigo? Desde que hemos llegado no has alabado a ninguna fémina, y eso que hoy la plaza está llena.¿Es que piensas salir de la alacena? ¿Te atraen ahora los hombres, amigo del cereal? - Paco adoptaba ahora un aire jocoso.
- ¡Qué cabrón! - Ricardo se abalanzó con un gesto rápido sobre Paco, pero una figura oscura salió de entre unos arbustos cercanos, interrumpiendo la pelea.
- ¡Joven, no blasfemes! -El hombre que acababa de salir de su escondite se sacudió y alisó su sotana.

Los dos jóvenes amigos, asustados por aquella aparición, recuperaron la compostura de un salto, y exclamaron casi al unísono al reconocer a aquel cura:
- ¡Padre Jacobo!