
Las trompetas dejaron de sonar por segunda vez, después de interrumpir las explicaciones que Guillaume trataba de darle al Archiduque Joseph. De nuevo se hizo un silencio en la taberna, y esta vez era un silencio más tenso que cuando el Archiduque hizo aparición. Los vecinos sabían que, con el Archiduque allí presente, sólo había una persona que podía ser anunciada de aquella manera.
La puerta de la oscura taberna se volvía a abrir dejando entrar la claridad exterior, a la vez que otro hombrecillo amanerado, muy parecido al que antes había anunciado al Archiduque, hacía aparición:
- Hace entrada... - comenzó con una voz característica el hombrecillo, al tiempo que los presentes aguantaban la respiración - ... el excelentísimo Conde Luis de Martínez y Barbosa y Baladrón y... y eso es todo...
- Muy gracioso, Rasputín - se pudo oir desde fuera, con tono severo. Dicho esto, el susodicho Conde avanzó al interior de la taberna con paso firme, y con un sonido metálico a cada paso que daba, pues portaba una pequeña armadura de acero, además de una gran espada, y quién sabe cuantas monedas de oro en sus bolsillos.
- Buenos días, señor Conde Luis - saludó el Archiduque, al tiempo que hacía una leve reverencia.
- Buenos a tí, Archiduque Joseph.
- ¿A qué se debe vuestra visita? - preguntó el Archiduque, con un tono más suave que con el que se había dirigido al resto de la gente.
- ¿Es que acaso tengo que pedirte permiso para entrar aquí? - contestó el Conde, malhumorado.- Tabernero, ponme algo suave, que tengo el hígado hecho trizas.
- ¿Hecho trizas? Pero si ayer bebía hasta del abrebadero...- el Archiduque se calló al ver que el Conde le miraba seriamente.
- Sé lo que hice ayer... Pero hoy es otro día - dijo el Conde, mirando hacia el infinito - Le prometí a una damisela que dejaría de beber, que me comportaría, que no volvería a... - De pronto se detuvo mirando a su alrededor - ... Bueno, que dejaría de hacer cierto tipo de cosas... Y una promesa es una promesa, y por el honor y el orgullo de mi linaje, pienso cumplir mi promesa, en esta vida y en las que vengan... - Dicho esto, alzó su anillado puño al aire, ante la atenta mirada de la gente, boquiabierta ante aquel monólogo.
Desde el fondo de la posada se comenzaron a escuchar los aplausos de un par de manos. Toda la posada se volvió rápidamente para hallar la fuente de tan atrevida interrupción, y pudieron descubir al trovador, que había contemplado la escena como el resto, y le había emocionado hasta tal punto, que se había levantado de su asiento sonriente y aplaudía fervorosamente...
- ¡¡Magnífico!! - exclamó - Ha sido impgesionante.
- ¿Quién es ese majadero? - preguntó el Conde con un gesto de desagrado.
- Ha sido una actuasión magavillosa, señog - continuaba Guillaume, inconsciente de su impertinencia. - ¿Le gustaguía seg actog paga mí?
- ¿Actog? Pero, ¿qué demonios estás diciendo? - el Conde estaba cada vez más confuso y enfadado.
- Creo que lo que quiere decir es si le gustaría ser actor - comentó el Archiduque - Me parece que este hombre es un trovador francés. Le estaba interrogando justo cuando usted...
- ¡¿Actor?! - espetó el Conde - ¿Este mequetrefe gabacho me pregunta si quiero ser actor?
- Así es...
- Pero ¿qué demonios se ha creído? - La gente trataba de mirar hacia otro lado, mientras el Conde avanzaba lentamente hacia Guillaume, que seguía sonriendo. - ¿Cree que puede llegar aquí, sin pedirme permiso, y reirse en mi cara de aquesta manera?
- ¿Gueig? ¡Oh! Si, si. Teatgo hase mucha guisa - Guillaume no pillaba al Conde...
- Prepara la guillotina - le dijo entre dientes - Esta noche tenemos un aspirante de fuera...
- Como pida vuesa merced - dijo el Archiduque devolviéndole la mirada al Conde y esbozando una ligera sonrisa - Prepararemos la guillotina...
Y a pesar de la discreción de los nobiliarios, alguien de los que estaban sentados en una mesa cercana escuchó claramente la palabra "guillotina". El Conde, el Archiduque y sus secuaces se dirigían ya hacia el exterior sin mediar más palabras. Pero antes de que hubiesen cruzado el umbral de la puerta, el chico que les había escuchado había pasado el rumor a todos los que tenía a su alrededor. Muchos se pusieron en pie y, sin dudarlo, gritaron a un tiempo:
- ¡¡No queremos más guillotinas!! ¡¡Morte ó exército nobiliario!! - Y antes de que los nobles se hubiesen dado la vuelta para ver la cara de los alborotadores, el resto de los presentes se había puesto en pie, gritando al unísono:
- ¡¡Morte, morte, morte...!!
- ¡¡Pagaréis por esto, paganos!! ¡¡Os lo prometo!! - les gritó el Archiduque, enrabietado ante la situación.