lunes, 1 de diciembre de 2008

Los Fantasmas de la O.R.A.

Como cada sábado a mediodía, Juan salía a pasear con su mujer, Clara, y su hijo, Manuel... Era un día de invierno atípico, con mucho sol, pero a pesar de ello hacía mucho frío, por lo que los tres iban bien abrigados. Mientras Manuel, un alegre niño de siete años, correteaba por la calle jugando con un palo en su mundo de fantasía, probablemente imaginando ser algún caballero medieval de armadura brillante, sus padres caminaban tras él, charlando de temas banales, rutinarios y sin demasiada importancia, sin dejar de ojear a su hijo en ningún momento.

Una sombra apareció al fondo de la calle. Era un hombre jóven, quizás cerca de los treinta, aunque la capucha de la sudadera con la que iba vestido le cubría el rostro, y era difícil de averiguar. Llevaba ropa deportiva, aunque probablemente se debiese más a la comodidad que a la finalidad. De debajo de la capucha tan sólo se podía vislumbrar un rostro cabizbajo y ensombrecido, y unos ojos que apenas levantaba para no tropezar con el mobiliario urbano.

El hombre se dirigía hacia la familia, pero ninguno de los tres se percató de su presencia hasta que estuvo a escasos metros de Manuel... Juan, que fue el primero en verlo, le hizo un gesto a su mujer, y los dos se apresuraron en ir hasta su hijo y apartarlo de aquel hombre, cuya única reacción ante las atemorizadas caras de la familia fue un ligero giro de cabeza para observarles mejor, cuando pasó a su lado. Un delgado rayo de sol iluminó por pimera vez la demacrada y pálida cara del joven, que parecía haberse levantado hacía escasos minutos. La luz le cegó al momento, y rápidamente volvió a mirar al suelo para protegerse con la capucha...

Juan comprobó que su hijo estaba bien, palpándole el cuerpo con ambas manos. Manuel miró a su padre, con cara de no haber entendido nada. Volvió a mirar al chico, que se alejaba con el mismo ritmo lento y pausado. Luego regresó la mirada a su padre:

- ¿Qué pasa, papá? - preguntó - ¿Por qué me agarras?

Juan miró a su hijo condescendientemente. Luego miró a su mujer, que le devolvió la mirada con preocupación.

- Te estoy protegiendo de aquel chico - le contestó Juan a su hijo - Porque ese chico... Ese chico es un fantasma de la O.R.A....

Y entonces, Juan le explicó a su hijo la leyenda del fantasma de la ORA. Hace mucho, mucho tiempo, los jóvenes se divertían por las noches, desfasando en un mundo de vicio y perversión... Cosas muy feas y diabólicas... Hasta que un día, después de muchas horas de fiesta, muchos cubatas y demasiada diversión, una maldición cayó sobre algunos de los jóvenes que participaban en esas fiestas sin control... Aquellos que dejasen el coche aparcado en la calle el viernes por la noche, se verían obligados a despertarse a media mañana, con la resaca de la noche anterior en pleno apogeo, para ir a poner el ticket de la O.R.A. si querían evitar que les multasen, y poder así descansar en paz...

- Es por eso - finalizaba Juan, ante la atenta mirada de su hijo - que todas las mañanas de los sábados, si te fijas bien, podrás ver sombras caminando por la calle, entes sin vida, camuflados de la luz del sol, que caminan con rumbo fijo, con un único objetivo: Poner el ticket de la O.R.A.... Ponerse en su camino, puede resultar muy peligroso...

Manu miraba a su padre con los ojos como platos, aterrorizado. Giró rápidamente la cabeza fijándose en la gente que paseaba a su alrededor. Allí, entre la multitud, numerosos jóvenes encapuchados se alejaban hacia sus casas, tras haber cumplido con la maldición. Con ritmo lento y pausado, ahora sólo tenían un objetivo: Descansar...