viernes, 29 de junio de 2007

Exámenes, un problema social - 1ª Parte

N. de A. Antes de empezar este artículo, y para los mal pensados, las ideas aquí expuestas estaban escritas mucho antes de realizar mis últimos exámenes y de recibir las notas. Esto lo pueden corroborar muchos que hayan hablado sobre este tema conmigo. No es un pataleo por unos posibles pésimos resultados... He dicho.
Debido a la longitud del artículo, he decidido dividirlo en dos partes para hacerlo menos denso. Espero no aburriros demasiado.

Junio se termina, y con él lo hace la vigésima hornada de exámenes de nuestras vidas. Año tras año, los meses de Febrero, Junio y Septiembre se convierten en meses clave para miles de estudiantes de todo el mundo. Encierros en las bibliotecas, cafeses, sueño, chuletas, nervios... Todo ello para que llegue el día D y la hora H, en la que tendremos que vomitar los conocimientos de la asignatura de turno, adquiridos previamente... Conocimientos que en la grandísima mayoría de los casos se desvanecerán poco a poco, hasta que sólo quede un leve recuerdo en el fondo de nuestra memoria...

Pero empecemos por el principio. Me refiero al principio, principio. El momento de la historia en el que, en algún lugar del planeta, se decidió que un método de evaluación justo, objetivo y eficaz para reconocer que un alumno ha superado una asignatura, era el de sentar a los alumnos durante una hora o dos, después de haber trabajado la asignatura durante todo el año, y hacerles una serie de preguntas sobre dicha asignatura que deberán contestar en una hoja de papel, o de forma oral en algunos casos...

Puedo suponer que este es el método de evaluación más antiguo que existe. Por Internet, he leído que el método lo inventaron hace siglos los chinos, para que los mejores alumnos pudiesen conseguir un buen trabajo en el gobierno. Cientos de años después, seguimos utilizando este método. Cualquiera que haya leído hasta aquí, incluso civilizaciones extraterrestres objetivas en el tema, que jamás hayan oído hablar de los examenes como aquí se describen, podrá pensar que este es probablemente el mejor método de evaluación que exista, o al menos que se conozca. Si se ha utilizado durante tanto tiempo, es lógico pensar que efectivamente cumple en justicia, objetividad y eficacia.

Es extraño pues, que en los últimos años en nuestro país, y ya desde hace tiempo en otros países, se esté tratando de buscar y probar nuevas formas de evaluación. El competidor que le ha salido a los exámenes más conocido en este caso es la famosa Evaluación Contínua, que cuando yo era pequeño implicaba que cada trimestre la materia se iba acumulando en los examenes (cada trimestre te examinaban de toda la materia dada desde el principio de curso). O sea, una putada muy grande...

Sin embargo, ahora Evaluación Contínua se vende en la Universidad como una manera cómoda de pasar la asignatura aprendiendo, trabajando regularmente y, en ciertos casos, evitando el incómodo examen final. ¡Qué gran invento! Esto hará felices a todos...

Pero ¿por qué nace la evaluación contínua?
Antes de nada, hemos de recordar que en todo este tema hay dos partes implicadas. Los alumnos y los profesores. Todo el mundo, en algún momento de su vida, ha sido alumno. Sin excepción. Pero profesores sólo son los que lo eligen ser. Ambos grupos tienen sus "grupos de presión", sindicatos que piden o proponen a los de arriba ciertos cambios que creen que deberían de realizarse en la educación.

Evidentemente, el grupo de estudiantes es un grupo mucho mayor que el de profesores, pero al mismo tiempo es más heterogéneo, difícil de poner de acuerdo, y lo más importante, demasiado joven como para influir lo suficiente... Así pues, el grupo que dirige el cotarro en mayor proporción es el de los profesores. Un grupo muy homogéneo, y con una característica común: Es una de las profesiones "normales" con más vacaciones de todas...

Esto último implica algo bastante evidente: El gremio de profesores está lleno de VAGOS. Evidentemente, no generalizo. Pero una gran proporción de profesores, son profesores por la gran cantidad de vacaciones de que se dispone. Hay algunos que entran por afán de enseñar y tal y cual. Pero son muchos los que con el tiempo se adaptan a la forma de ser del gremio y, poco a poco, acaban convirtiéndose también en vagos...

Volvamos a los métodos de evaluación. Decíamos antes que el examen, como lo describía al principio, había perdurado durante siglos. No hace falta decir el trabajo que se ahorra un profesor con este método de evaluación. Una hojita con unas preguntas, tipo test si somos sumamente vagos, y un par de días para corregirlos... El hecho de que el examen tipo oral se haya prácticamente extinguido en la mayoría de los casos, confirma lo dicho sobre la vagueza del profesorado, puesto que implica un mayor esfuerzo para el profesor.

Volvamos ahora a la pregunta que nos planteábamos hace un momento. ¿Por qué nace la evaluación continua? Era necesario un cambio en los métodos de evaluación, o por lo menos una alternativa a los exámenes. El método de exámenes, tal como se lleva, implica poner todo el peso de la asignatura en la hora y media de prueba. Evidentemente, ante esto, el coste de oportunidad de ir a clase se hace demasiado grande para los alumnos, que van a pasar de ir. Lo cual, curiosamente, favorece a los profesores.

Entonces, a alguien se le ocurre que quizás lo de los exámenes (después de unos cuantos cientos de años) no era tan buena idea, y deciden empezar a evaluar de otra manera. Hay que valorar la asistencia a clase y hacer que los alumnos trabajen más las asignaturas. Suena bonito. Se trata de que los alumnos vayan a clase, hagan algún que otro trabajo, y se evite así sobrevalorar las pruebas finales.

Esto sonaba suculento para los alumnos. Irían a clase en masa, harían los trabajitos oportunos, y se podían olvidar de los examenes... Y a los profesores no les gustaba demasiado la idea. Tendrían a mucha gente en clase, tendrían que corregir un montón de trabajos y no sólo los exámenes, y además casi no suspendería nadie... Ya que están obligados a poner examenes en septiembre, por lo menos que haya gente para hacerlos. Esto es lo que se llama "morir matando", y con el nuevo método no sería factible. Claro que es un método mejor para la educación de las nuevas generaciones, para su preparación para la vida laboral... Pero ¡¿qué coño le importa eso a un profesor?!

El profesor, por inercia a su propia mentalidad, va a hacer que la evaluación contínua no pinte tan bien para el alumno. Y mira tu por donde, no sólo evitarán la masificación de gente en evaluación contínua, sino conseguirán repartir su trabajo entre este método y los exámenes. ¡Lo más fácil todavía!

Así, han convertido la evaluación contínua casi en una amenaza. A ver quien es el listo que se apunta. La asistencia no se valora positivamente, si no que es la falta la que se valora negativamente. Además, hay que hacer trabajos cada poco tiempo, que requieran mucha dedicación, pero que no suponga mucho tiempo su corrección.

Así, poco a poco, lo que se suponía que sería una mejora para la educación de la sociedad, se ha convertido en otro motivo por el que convertirse en profesor...

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